Ella tiene 13 años, se mira al espejo y analiza centímetro por centímetro cada poro de su cara y suspira. Sus ojos no le parecen lo bastante grandes, ni sus pestañas tan largas, su nariz la considera gigantesca y su boca muy delgada... ni empezar con su cuerpo, en ella nada es lo suficientemente algo porque cuando lo que ronda tu cabeza son imágenes de miles de mujeres y ninguna eres tú.
Nadie tuvo la delicadeza de aclararle que 13 no es la edad cumbre de una mujer como a las que pretende imitar, ni que el espejo es un juez mordaz de una realidad que una imagen digital jamás tocará.
Toma su celular, el que parece ya una ventosa que se adhiere irremediablemente a su mano y empieza la búsqueda, primero entre conocidos. Parecen estar haciendo cosas divertidas, siempre en lugares vistosos, con amigos a los que les cuelga esa barra con su nombre para que también se enteren de que están ahí.
No hay nadie en su casa y deambula con ese escozor que sale de su mano abierta, la sensación de abstinencia que produce el alejarse de una droga muy fuerte; la del intento de pertenencia. ¿Qué hay de divertido en sólo estar en la casa o el jardín? Ella siente el vacío y más allá... ese picor insoportable, hasta que cae de vuelta a la ventosa digital.
Modelos flacas con miradas ausentes, socialités con ropa de marca en viajes exóticos, chicas fitness, chicos guapos con el cabello despeinado y ojos claros. Ella sigue buscando. Pareciera un álbum familiar donde de familiar no hay nada y los momentos pasan a segundo término para hacer oda y aplauso al estilo de vida. Un verdadero museo al vacío. Ella no llegó a estas conclusiones, se vuelve a mirar al espejo, se recoge el cabello, voltea la cámara de su celular y tira una foto. Será una serie de miles como lo que pasa en cada búsqueda que pretende encontrar a todos menos a ti. Finalmente la escoge y le pone luz, difumina el fondo de su cuarto que aparece en la foto para dar ese aire de misterio y se imagina modelo, ataviada con toda esa ropa de marca en aquellos lugares, rodeada de los amigos y los chicos guapos.
Confundida decide oprimir el botón de “publicar” y lanza este atisbo de búsqueda a una red infinita, competida e irreal.
Ella espera que este mundo le confirme quién es o si lo que es resulta correcto. Los corazones han tardado demasiado, pero un comentario se hace notar debajo de la imagen de su rostro, alguien tal vez la descifró: “¿Eso qué?”, pregunta una compañera de la escuela que en la escuela en realidad jamás le ha preguntado nada. Ella cierra la red ennegreciendo la pantalla del celular y no entiende. -Lo volveré a intentar mañana- piensa un poco hastiada; después de todo nunca ha obtenido la respuesta y lleva repitiendo este ritual diariamente desde que tenía seis años y abrió esta aplicación... El problema no son las personas que descubrieron la aplicación, sino los que serán descubiertos primero por ellas.