El síntoma, el diagnóstico y el tratamiento

Comenzar a combatir un mal, requiere, al menos, identificar sus fuentes. No hay dolor, hinchazón, hemorragia, o prurito que no deriven de una causa. Explicar los síntomas a un médico especializado suele tener un resultado determinado. Dar a conocer esa misma sintomatología a un chamán, quiromántico o astrólogo, suele tener otros. Advierto, respetuosamente, que todos tienen cabida en los distintos matices de lo humano, pero también puedo afirmar que nadie hay mejor para conocer una dolencia física que aquél que se especializa en el mundo de la medicina. Tras los signos y síntomas, el médico realiza un diagnóstico sindromático, pero éste no basta. Se requiere un diagnóstico etiológico (las causales de la dolencia) para que el tratamiento sea efectivo. Imagine un dolor severo en el pecho en un paciente. Un analgésico poderoso podría ayudar a que disminuya o desaparezca, pero si estuviéremos frente a una cardiopatología, estaríamos contribuyendo a que no sólo no se cure, sino incluso a que enferme de otras cosas más. Socialmente los diagnósticos y tratamientos suelen tener efectos parecidos. Implementar tratamientos sin diagnósticos causales, no curan. Eliminar una reforma estructural o un proyecto, tiene resultados colaterales en otras políticas públicas, inversiones o proyectos. Pero a veces no sanan; apenas son placebos. Cambiar la realidad de un país o de un paciente, requiere de tiempo. La certeza del tratamiento, suele no verse de la noche a la mañana, como tampoco la consecuencia negativa de un mal remedio. Inseguridad, corrupción, impunidad y pobreza, son terribles síntomas o signos que sufre nuestro país. Pero erradicarlos requiere del diagnóstico etiológico, es decir, que considere sus causas más profundas; no bastan tratamientos que apenas nos desinflamen. Pero en la historia de esa enfermedad, ¿ha habido solamente un médico tratante?, ¿el médico es un partido político u otro?, ¿acaso es el presidente?, ¿y la oposición en las cámaras?, ¿y la sociedad civil? Todos somos parte de las problemáticas que sufrimos. Todos, de alguna u otra forma, hacedores del medicamento o del agente patógeno que genera el mal. Ningún personaje, de manera aislada, podrá cambiar los males que nos aquejan. Tenemos que entender que sanar a México, no está en manos de quién lo preside. En lo personal, tengo claro que las plataformas partidistas no representan, per se, solución alguna. Todos tienen historias de éxito y de fracaso; en todos milita gente deseable e indeseable, con experiencia y sin ella. La pregunta que debemos hacernos es ¿quién, de entre los que aspiran a la presidencia, sabe diagnosticar y ha dado tratamientos que sean exitosos?, ¿quién ha integrado cuadros de especialistas y forjado un diálogo constructivo entre ellos? Y quizás la más importante, ¿Estamos todos dispuestos -la futura oposición y la sociedad civil incluidos- a seguir los tratamientos y convertirnos en un mejor país, sea cual sea el resultado? Por Sandro García–Rojas Castillo @GarciaRojasSan