La semana pasada, prácticamente todos los diarios, televisoras y columnistas del país dieron cuenta de la disputa generada entre el intelectual Jesús Silva-Herzog Márquez y el candidato de Morena a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, ¿pero qué la provocó?
Silva-Herzog en su columna en el diario Reforma y titulada AMLO 3.0 mencionó: “Si en el escenario nacional destaca un político pragmático, un político sin nervio ideológico ni criterio ético para entablar alianzas, ése es el candidato de Morena. Su política no es nueva. La conocemos en México como priismo”.
A lo que López Obrador respondió vía Twitter: “Hace tiempo que Jesús Silva-Herzog me cuestiona con conjeturas de toda índole. Hoy, en el periódico Reforma, me acusa de oportunista. Ni modo, son tiempos de enfrentar a la mafia del poder, a sus secuaces y articulistas conservadores con apariencia de liberales”.
Hasta ahí, creo que la cosa iba bien, Silva-Herzog utilizó su espacio para hablar de lo que le vino en gana, para eso sirve la libertad de expresión, es periodista, intelectual y analista, raro sería que no hablara de los candidatos presidenciales.
Andrés Manuel recurrió a Twitter para manifestar su evidente descontento con lo publicado, también es válido, utilizó la red social para fijar su postura, el tono pudo no gustar, no ser el mejor, pero al igual que Silva-Hezog, ejerció su libertad de expresión. El haber etiquetado al columnista como parte de “la mafia del poder”, me sigue pareciendo un exceso, pero al ser parte medular de su discurso, tal vez hubiese pasado inadvertido.
Lo que a mi entender escaló el conflicto y generó la mayor parte de las críticas de muchos otros periodistas e intelectuales en contra del candidato presidencial, fueron sus declaraciones posteriores; al concluir un mitin en Puebla, el tabasqueño se refirió al articulista como a un “fresa, fifí y conservador”.
Y tampoco hubiese estado mal que lo hiciera, si no fuera por el tono despectivo que utilizó; como dije, ambos hicieron uso de su libertad de expresión, pero hay una pequeña diferencia, Silva-Herzog no quiere ser presidente; Andrés Manuel, sí.
En caso de ganar la elección tendrá, aunque no lo quiera, también que ser el gobernante de todos los “fresas, fifís y conservadores” que, por cierto, son varios millones de votos en el país; utilizar estos adjetivos como descalificativos no debería ser parte de su discurso.
Si la finalidad es convertirse en el candidato eterno, la sectorización y polarización de la sociedad es una buena estrategia de campaña, pero si de verdad se aspira a ser gobernante de un país, con una diversidad social, cultural y económica, como la de México, se debe tener mucho cuidado con lo que puede llegar a fracturarse. Basta con voltear a ver al vecino del norte, ahí hubo un extraordinario candidato que quebró a su país, en clases, en adjetivos; hoy día enfrenta el reto de gobernar, aquello que él mismo rompió.
ANALISTA POLÍTICO. PRD