La ciudad donde no hay qué hacer

Elegimos Bremen porque no parecía haber mucho, y porque necesitábamos descansar y hacer algo de trabajo real (escribir, planear clases, enviar correos...) luego de dos meses de viaje intenso. Cuatro días allá nos parecían una eternidad: incluso nos daría tiempo de despertar a nuestras horas, desayunar con calma, salir a caminar lo que diera el pellejo, dormir temprano. De Bremen sólo sabíamos que es famosa por Los músicos de Bremen (el cuento de los hermanos Grimm sobre cuatro animales despedidos de sus respectivos trabajos que huyen a Bremen a buscar fortuna… y que nunca llegan, de hecho, a la ciudad). En nuestra primera caminata fuimos a buscar la escultura de los animales, y nos quedamos un buen rato junto a ella, mirando a la gente que se acercaba a acariciarla; nos dijimos que deberíamos investigar las razones de los Grimm para usar esta ciudad como escenario del cuento. Pensando en ello, nos topamos junto al ayuntamiento con la estatua de Roldán, la tercera versión de una escultura medieval que es símbolo de la independencia de Bremen, ciudad que hasta bien entrado el siglo XIX era un país aparte de Alemania. Su soberanía depende, según la leyenda, de que la efigie de Roldán esté en pie; por ello hay una réplica dentro del ayuntamiento, que puede ponerse de pie en cuanto la de afuera caiga. ¿Habrá manera de ver esa escultura resguardada? Estábamos en ello, cuando un cuadro dorado del otro lado de la plaza nos distrajo: la entrada a Böttcherstrasse, callejón que es uno de los más claros ejemplos de la arquitectura expresionista alemana. El comerciante de café que financió su construcción era partidario de las ideas nazis sobre la raza aria, así que quiso construir edificios que truncaran la dominación latina sobre el arte: en vez de simetría y equilibrio, comisionó a arquitectos ruptura y exageración. El relieve dorado que nos llamó la atención se llama The Lightbringer, y fue ideada como un homenaje a Hitler; sin embargo, cuando éste vio la Böttcherstrasse que sus partidarios bremenses le habían dedicado, la consideró una muestra del arte degenerado, que su régimen tanto despreciaba ¿Habrá más de este arte expresionista y degenerado en Bremen? Volvimos a casa para averiguarlo; dejamos para el día siguiente el barrio Schnoor, los museos, la visita a la catedral, la caminata por el río, las cervezas obligatorias, el paseo en bicicleta. Revisamos el calendario: teníamos sólo cuatro días para visitar Bremen, los tesoros ocultos de la ciudad, de su historia, de sus mitos ¿Nos alcanzaría? Quién sabe. Acaso lo conveniente, en una ciudad tan aparentemente vacía como Bremen, es permitirnos tiempo de ver, muy lentamente, todos los recovecos de ese vacío.