50Dicen que para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo. Y el panismo de Naucalpan lo sabe.
El fin de semana pasado, en el patio de una casa particular, el llamado Olvera Team se reunió para tomarse una foto y mandar un mensaje doble: de advertencia a Morena y de unidad a la dirigencia nacional albiazul. Lo relevante de la instantánea no es que retrate al equipo del alcalde naucalpense Édgar Olvera –ahí aparecen antiguos y entrañables amigos, como Mariela Pérez de Tejada, la síndico municipal– ni que posen para la cámara liderazgos locales que simpatizan con el edil, como la diputada federal y ex alcaldesa Angélica Moya.
Lo que amerita una ceja arqueada es que el dos veces ex alcalde y férreo opositor interno de Olvera, José Luis Durán, está, muy modosito, ahí. En segunda fila en la gráfica, pero en la primera línea de fuego.
El mensaje obvio es el guiño a Ricardo Anaya para que, cuando extienda el índice en las candidaturas de Naucalpan, note que ahí, todos, ya se pusieron de acuerdo en una candidatura de unidad: la reelección de Édgar Olvera.
La advertencia es a Morena: si el partido de AMLO decide ceder a la presión de Manuel Espino y pone como candidata a la alcaldía a Patricia Durán, esa campaña nacerá desfondada desde el principio, pues mientras la pequeña de los Durán ande haciendo pininos, el más destacado políticamente de la familia (y el más recordado en el municipio) estará codo a codo con Olvera, pues a José Luis, a cambio, lo colocarán como candidato a diputado: o federal en el 22 o local en el 29.
Y el subtexto entre líneas es: bajo ese escenario, el gran ganador es José Luis, quien tiene pies en un lado y en el otro, por si acaso. Al fin, la sangre siempre llama.
Total, y parafraseando el eslogan de una obra de teatro que hizo célebre en los 90 la actriz Rosa María Bianchi, entre panistas podrán despedazarse, pero jamás se harán daño... ¿o sí?
MENSAJE DE A METRO
Algo que deben saber Jorge Gaviño, director el Metro, e Hiram Almeida, el policía de la CDMX: personal en la estación Balderas o es muy ineficiente o muy sincero y deja ver lo absurdo de las normas de seguridad dentro del sistema de transporte. El sábado, robaron a una persona su teléfono celular mientras estaba en la fila de la taquilla, un par de segundos después de que se lo guardó en la bolsa de la chaqueta (literal, no es recurso narrativo).
Cuando se volvió hacia el presunto responsable y lo encaró, pidió el apoyo de la mujer policía en la entrada. Ésta le dijo que no podía detener al sospechoso así nada más –ni por la flagrancia y con denunciante presente–, que había que ir a revisar el video. La víctima aceptó.
Pero, la policía dijo que para ello debía ir a Iztapalapa, meter una solicitud, esperar un tiempo (indeterminado) y, tal vez, se podría. Claro, todo sin mantener en custodia a nadie. La taquillera le explicó, algo aún más descarado: “él (sospechoso) ya no lo tiene; uno es el que te saca el cel de la bolsa, se lo pasa al de atrás, y se va; el otro se queda y aunque lo hayas visto sacándote el teléfono, ya no lo tiene, nada se puede hacer”. Lo leo... y no lo creo. En tres años, el robo de celulares en la CDMX pasó de 3,409 a 10,762, hasta 2017. Cifras de la propia PGJ.
Y con esa pachorra y actitud de normalización del delito, seguro que se sigue rompiendo el récord cada mes.