A Jaime del Arenal
Washington, DC.- La larga transición presidencial en México ha hecho patentes las diferencias entre el gobierno saliente y el entrante. Luces y sombras de dos estilos y dos personalidades. Paradojas de las transiciones, como escribe Luis Rubio. El presidente Peña se va con un bajísimo nivel de aprobación. Gobernar cuesta y los resultados de julio pasado dejaron claros los adeudos de su administración: inseguridad, corrupción, desigualdad. También hay luces en la historia. Crecimiento, insuficiente, pero sostenido; 13 reformas estructurales que tardaron 20 años en darse; un acuerdo comercial que a esta hora se estará firmando con EU y Canadá, y estabilidad financiera para una transmisión de poderes sin sobresaltos. Enrique Peña se propuso consolidar la modernización económica pospuesta por diversas razones, luego de la firma del TLC. Consiguió las mayorías necesarias a través del Pacto por México y después asumió todos los errores y culpas, propios y ajenos. El presidente electo, López Obrador, llega con un amplio respaldo y enormes expectativas. Sin embargo, el discurso y las acciones emprendidas han ido en sentido contrario a sus promesas en materia de inseguridad, de acabar con la corrupción y generar desarrollo. La paradoja es que aún antes de empezar su gobierno, la transición le pasó factura. A tres meses de la elección, bajó nueve puntos su nivel de aprobación y las pérdidas económicas por las decisiones del gobierno golpearán a trabajadores, empleados, padres de familia. La moraleja es que la popularidad del presidente no va necesariamente ligada a los beneficios para el país. Eso ya lo sabe el presidente saliente y el entrante debería tomar nota. Lo que viene.- Les molesta la comparación, pero el Presidente electo va tras los pasos de los populistas del continente. Desde fuera se ve con claridad. Quien fuera embajador de México en Ecuador y agudo observador de la realidad latinoamericana habla del “guion político del populismo”. No falla, me dice, y la lista pone de nervios: enaltecer a un líder; debilitar y prescindir de los partidos políticos tradicionales; acudir a movimientos o alianzas políticas en su lugar; forjar un discurso carente de ideología definida; dividir a la población con un discurso maniqueo; elegir o inventar un enemigo; crear un sistema de fuerzas armadas alterno al Ejército y Marina, supeditado al líder; debilitar al servicio exterior y sustituirlo por cercanos y leales; usar y abusar de los referendos, plebiscitos y consultas populares. ¿Le suena familiar? El líder presta un juramento personalísimo ajeno a la fórmula constitucional. Y una vez en el poder vienen las reformas; supeditar a los otros poderes del Estado; someter al órgano electoral para la reforma reeleccionista. Mañana veremos la forma en que López Obrador toma protesta como presidente y delinea su 4T. Y sabremos si, como hasta ahora, seguirá el guion político probado en Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, El Salvador, Nicaragua y Bolivia.vortizortega@hotmail.com
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