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Pasión en blanco y verde

Me aficioné a los Pumas de la UNAM desde que era pequeña porque fue el equipo al que vi jugar por primera vez en un estadio

OPINIÓN

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Se me erizaba la piel cantando el himno y vibraba oyendo a “La Rebel” y “La Ultra” incansables durante 90 minutos. No creía que nada se acercara a la pasión de los domingos en la cancha de los Pumas por más que había oído sobre la afición en Argentina, así que decidí comprobarlo. Mi hermana Nuria me acompañó a un viaje de ensueño, primero en Buenos Aires y luego en el Calafate donde recorrimos los glaciares. Bajándonos del avión comimos en Puerto Madero con unos amigos, y de allí Augusto, uno de ellos que entonces era un eterno estudiante y al tiempo se convirtió en un destacado ministro del gobierno argentino, fue el valiente que se animó a llevarnos a “la cancha”. El encuentro era entre Vélez y Argentinos Junior en el Estadio Diego Armando Maradona ubicado en el barrio de La Paternal. Llegar al estadio en botas de tacón y peinado de salón no fue la mejor idea, pero ahí estábamos en medio de una afición enardecida que cantaba, gritaba, ondeaba banderas, fumaba porros, lanzaba petardos y nos impresionaba con su entrega. Apenas entramos a las gradas, Augusto se transformó en uno de esos cientos de hinchas desbordados de pasión futbolística mientras Nuria y yo mirábamos a nuestro alrededor atónitas pero entusiasmadas. Y sí, era real, no había visto nada semejante ni en CU. Nos pusimos con la hinchada de Vélez y cuando cayó un gol, sin que nos diera tiempo ni de pestañear, nos avasalló una avalancha humana así que, antes de rodar por las gradas, lo único que pude hacer fue pescarme de las trenzas de una chica sentada delante mío que me ayudó a sujetarme como si tirara de las correas de un caballo y me salvó de morir aplastada por la hinchada. Llegamos hasta abajo abrumadas preguntándonos “¡¿Qué ha pasado, cómo llegamos aquí?!”; eso después de casi dejar calva a mi compañera de grada y mientras la afición cantaba estruendosamente: “los del bicho son todos pu…” Y así, como unas gañanas, pero en tacón del 12, terminamos a los brincos fusionadas con la concurrencia cantando palabrotas. Hasta que salimos del estadio entendimos que estábamos en una zona riesgosa de la ciudad porque vimos pálido a Augusto intentando alejarnos de allí sin encontrar taxis que nos regresaran a la civilización. Pero sobrevivimos ilesas a la experiencia en La Paternal. Ahora leo las noticias de lo que pasó con la final de la Copa Libertadores. Me asustó la salvajada de recibir al camión de Boca a pedradas. Entonces me vi en la paternal contagiada del delirio y entendí que en Argentina la vida se vive desde una mirada verde y rectangular, frenética y apasionada llamada futbol.

Por ATALA SARMIENTO

@ATASARMI