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La clave está en el tiempo

OPINIÓN

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La expectativa es enorme. Los millones de votantes que dieron el golpe al timón cambiando el rumbo y las formas, ansían la llegada de la cuarta transformación. Está en puerta, la ven venir, la palpan, la han notado en los larguísimos meses que ha durado la transición; vislumbran e imaginan el ansiado porvenir. Los ánimos, mientras tanto, se extrapolan. Las redes sociales dan cuenta de una animadversión generada contra aquellos que se van, por el desprecio a todo lo que no suene a la nueva era. El cambio era ineluctable e impostergable. Dicen algunos que con ello se evitó una revuelta, un estallido. Felizmente, jamás lo sabremos a ciencia cierta. A quien haya estado en una sala de espera, en un aeropuerto, en la antesala de una sentencia o ante el resultado de un examen de laboratorio, viendo correr los minutos e incluso las horas sin que llegue la cita, el vuelo o el resultado, sabe que hay pocas cosas más frustrantes como eso: esperar. Hay una impotencia que se aletarga e incrementa con el pasar de las manecillas. En cambio, aquel que no espera y sólo está viendo las cosas pasar no sufre el efecto o la amenaza del desengaño o la contrariedad. Los mexicanos estamos en la antesala, ante la llegada de un nuevo gobierno. Vaticinios y augurios, pronósticos, cálculos y predicciones inundan la información que se lee y escucha por doquier. Una verdad es irredimible: habrá que adaptarnos a las nuevas reglas. Todos, desde la trinchera que ocupemos, sea empresarial, sea como ciudadanos, como servidores públicos, como activistas, como oposición, somos de alguna forma parte del futuro que le depara al México que está frente a nosotros. En nuestra acción estará el efecto. Sin embargo, resultará indispensable que se dosifique la expectativa y se nos hable con claridad de lo que podrá esperarse y los tiempos en que esto suceda. La confianza edificó un triunfo democrático sin precedentes; para sostenerla y seguir edificando con base en ella, tendrá que haber una comunicación clara. La inmediatez no reinará universalmente en el cumplimiento de las promesas. Algunas propuestas, incluso, tendrán que esperar. A todos corresponderá poner nuestra parte para consolidar una realidad prometida. De lo contrario habrá quien entre en crisis, exija e intente arrebatar bajo el argumento de que se le prometió lo contrario. Estará en el tiempo la respuesta. En saber cumplir, en comunicar y aceptar que iremos poco a poco. La vida nos enseña con los años que aquellos grandes ideales, acompañados por otros que no lo eran tanto, se van acomodando con el tiempo. Al paso de éste, podemos ver con claridad cuáles se han ido quedando en el camino. Aprendemos a sacrificar unos por otros; aunque nos frustre, aunque a todos nos hubiera gustado verlos realizarse. El tiempo es un verdugo impío y sin remedio. Alcancemos y defendamos los ideales mayores; forjemos una nueva realidad. Sepamos dosificar la expectativa y trabajemos por lo que nos hemos propuesto como nación.