A 108 años del inicio de la Revolución Mexicana, el de este año será otro festejo amargo. Después de los últimos seis de un gobierno priista, el estado que guarda la nación no es, ni por mucho, por el que pelearon las mejores mujeres y hombres durante la gesta; la herencia del gobierno que está por concluir, incluye en varios rubros un México devastado.
Fueron diversas las causas que dieron origen al conflicto de 1910 y también diversos los intereses; los que peleaban por ideales y los que lo hacían por poder (hoy en día sigue siendo igual). Entre los motivos por los que luchaban los idealistas, menciono dos: la desigual distribución de la riqueza, que condenaba a la pobreza extrema a grandes sectores de la población y el abuso del poder por parte del grupo gobernante.
¿Qué tanto hemos avanzado en ambos rubros?, ¿la gente ya no tiene hambre y sufre pobreza en ningún lugar del país?; ¿la riqueza nacional (no la particular), está justamente distribuida?, ¿los grupos gobernantes, cualquiera de ellos, han aprendido a servir a la población y no a sus intereses?; ¿contamos con instituciones sólidas que garanticen la restricción y castigo del abuso del poder?
Si cualquiera de las preguntas es contestada en negativo, no tenemos mucho que festejar y aunque es cierto que los procesos sociales son interminables y que la búsqueda del bien común exige un ejercicio permanente de autocrítica y perfeccionamiento de las sociedades, también lo es que carecer de avances sustantivos en dos de los principales rubros que dieron origen a la Revolución de 1910, nos condena a la derrota.
En el México posrevolucionario creado por el PRI, con la ayuda de académicos e intelectuales, nos obligaron a sentirnos orgullosos de símbolos, personajes y acontecimientos que, al mismo tiempo de reforzar nuestra identidad nacional, también pudieran cohesionar a la sociedad bajo la figura de papá gobierno, por eso festejamos cada 20 de noviembre una revolución inconclusa.
Hay mujeres y hombres que lucharon incluso hasta perder la vida por ideales y por un mejor México. A ellos no podemos regatearles su aporte, pero como producto acabado, nuestra Revolución deja mucho que desear.
En esa falsa idea del festejo revolucionario, también se insertan algunas herencias perjudiciales como el caudillismo, errónea concepción de los mexicanos de que necesitamos un salvador de la patria para guiar nuestro destino y corregir nuestros errores; concepto que ha servido al PRI para mantener el poder y hoy está más vigente que nunca.
Ningún hombre o mujer tiene por sí solo la fuerza suficiente para mejorar de forma sustancial la nación. En la búsqueda de un mejor lugar para vivir se necesita de todos, de una nueva revolución; pero de la consciencia, sin armas, sólo nuestra mente, para que podamos entender nuestra responsabilidad como sociedad en los problemas nacionales y trazar una ruta cierta para solucionarlos. Festejos muchos, procesos inconclusos casi todos, sumemos el 20 de noviembre como el día que festejamos nuestra Revolución a medias.
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HÉCTOR SERRANO AZAMAR