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Francisco Javier Acuña: Guillermo Tovar de Teresa, el pegaso mexicano (1956-2013)

OPINIÓN

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El 10 de noviembre de 2013 murió en su casa de la calle Valladolid de la colonia Roma, el historiador autodidacta, coleccionista de arte y escritor, Guillermo Tovar de Teresa. En homenaje, algunas remembranzas. Guillermo -el sabio- Tovar era dueño de una memoria implacable: como la de “Funes el memorioso” (de Borges), su constante, la generosidad para compartir ideas, brindar consejos útiles y para donar sus tesoros a museos y archivos y bibliotecas. Fue un conversador envolvente capaz de encender una mesa y templarla si la discusión se desviaba por senderos impertinentes hasta reconducirla con sinigual habilidad. Recuerdo la casta causa y ágil de su castellano versátil, me atrevo a decir que entre las cualidades de Quevedo y las de Góngora y Argote, Guillermo Tovar era más discípulo del primero: “conceptista” aunque podía, de súbito, usar las enseñanzas del segundo: “El sepulturero, amo y señor del adjetivo calificativo”. Leal a la amistad y fiel a los deberes de auxilio o respaldo moral para con sus amigos “El Niño Tovar”(cariñoso apodo que le impuso don Fernando Benítez) fue, enterrando con duelo de luto, sepelio y homenaje póstumo a sus más grandes y mejores amigos, los que en promedio le doblaban la edad. Recuerdo su desconsuelo por la muerte de don Fernando Gamboa (el legendario museógrafo de Banamex) y la pena con que acompañó la tragedia de Octavio Paz tras el incendio de su biblioteca. Me dijo: “He visto a Octavio morir en vida”. Pocos años después lo vio terminar de morir: “…. nunca Octavio (Paz) superó la pena, el profundo dolor de la pérdida de su maravillosa biblioteca.” De ese bloque de amigos entrañables eran parte don José Iturriaga Saúco, don José Luis Martínez, Silvio Zavala, Efraín Castro Morales, Rufino Tamayo, Andrés Henestrosa, Luis González, y Pedro Ramírez Vázquez. El núcleo de aquellos personajes, el Consejo de la Crónica fue su más amplia y longeva “camarilla”. Su palomilla generacional fue un proceso inevitable, por la orfandad y por la adolescencia. Guillermo era retraído y displicente con sus compañeros de escuela. Al llegar al bachillerato inició con el puente con los de su edad gracias a Tomás Zurián, así conectó con Roberto Villarino, los hermanos Segovia y Jesús Martínez Malo, con ellos jugaba dominó hasta el amanecer, fumaba literalmente sin parar e intercambiaba discos. Su primer mentor fue Francisco de la Maza. A los once años de Guillermo, le cedió la explicación al presidente Díaz Ordaz sobre el trágico incendio del Altar del Perdón de la Catedral Metropolitana en 1967, lo convirtió en asesor de la Presidencia de la República. Un rasgo poco conocido: la memoria musical de Guillermo Tovar, que silbando repetía con exactitud las notas de obras de música clásica, mientras sostenía con una mano el cigarro y con la otra imitaba el compás de la batuta. Con solemnidad las cantatas de Bach, con frenesí La zarzuela: Chin Chun Chan y con alegría nacional, desde corridos revolucionarios hasta alguna vieja aria; "La vikina" o “Amorcito Corazón” de Luis Esperón, a quien conoció. Guillermo nos contó en Zacatecas que desafió a Rufino Tamayo y a cambio de un cuadro le silbó al dedillo una pieza musical rara de la época porfiriana. A regañadientes, el inmenso pintor oaxaqueño cumplió su apuesta. Con cierta profecía Enrique Krause escribió en alusión a Guillermo Tovar de Teresa: “Un niño con alma secular sintió la gravitación de toda la historia derruida y se propuso retenerla. Algún día la Ciudad tendría el valor de verse en el espejo que él con su amor reconstruiría”. Tres décadas más tarde, se formó entre los años 2000 y 2006 una “palomilla” circunstancial, en mucho provocada por Guillermo, toda vez que su amistad con Carlos Slim había crecido y lo animó a invertir en fincas destruidas del Centro Histórico capitalino para rescatarlas y ponerlas en valor. Me comentó algunas veces: “…fui con Carlos (Slim) a comprar libros antiguos, unos verdaderos tesoros ilustrados y, Carlos, como buen empresario, dudaba y calculaba cada operación al grado que, con frecuencia le ganaba yo los mejores…” Con motivo del Patronato en favor del rescate del Centro Histórico, obra que comenzó el regente Manuel Camacho y que reanudó años después Andrés Manuel López Obrador, en ese momento buenos asesores lo impulsaron a salvar el patrimonio monumental abatido y desvirtuado, esa nueva y simbólica “palomilla” la formaron: Carlos Slim, el cardenal Norberto Rivera, arzobispo primado de México, el periodista Jacobo Zabludowski y el historiador Guillermo Tovar de Teresa. Los diálogos entre Guillermo y Jacobo Zabludowsky sobre los barrios antiguos de la Gran Ciudad de México, detalles de edificaciones y anécdotas de moradores y vecinos eran simplemente una delicia. En esas charlas el Cardenal Arzobispo intervenía para acreditar las virtudes teologales narradas en algún recinto de culto o para explicar en paralelo los atributos de alguna referencia del santoral o advocación mariana en hornacinas o en los misterio labrados en fachadas y retablos de templos y conventos. Un logro que Guillermo consiguió de esa magnífica etapa fue la restauración integral del templo Corpus Christi, ubicado enfrente del hemiciclo a Juárez. Tuve el privilegio de formar parte de dos grupos de amigos de Guillermo, del primero me refiero a la camarilla de zacatecanos. Lo recibíamos y atendíamos -visitas frecuentes- cuando era Gobernador de mi tierra Genaro Borrego Estrada entre 1986 y 1989 (que se fue a Sevilla como Cónsul Cultural). Ese grupo lo encabezaba Federico Sescosse (el custodio del centro histórico de Zacatecas), la “camarilla” era los arquitectos Raúl Toledo Farías y Álvaro Ortiz Pesquera, (igual que don Federico, extintos);además, don Jaime Hugo Talancón Escobedo, Gerala Félix Cherit; Don Raymundo Montes, Miguel Ángel Díaz Castorena y un servidor. Testigo de esas memorables reuniones Héctor Bernal Santoyo. Entre 1992 y 1996 adquirió una casa en el casco antiguo de Zacatecas. Misma que acondicionó como eran aquellas casonas barrocas del Siglo XVIII, el siglo del auge de la minería y el esplendor artístico del virreinato. La hizo pintar con las grecas y coloridos motivos por el genial decorador de interiores novohispanos: Carlos Teja, quien murió poco después de concluir esa obra de arte pintada en el propio sitio. Llevó desde la Ciudad de México los muebles, espejos, candiles y capelos. Y donó al Museo Zacatecano (de cuyo patronato fui Presidente) su colección de herrajes de puertas y aldabones coloniales. Del segundo grupo de amigos, del que formé parte, fue acá en la Ciudad de México, entre 1997 y 2000. El punto de reunión era el equipo más cercano del Procurador de la República, su Secretario Particular, Armando Alfonzo estudioso del derecho y humanista, se reunía con otros asesores entre los que estaba Román Sánchez Fernández, gran amigo de Guillermo hasta el final de sus días. Alfonzo convocaba, ahí me reencontré con Guillermo, reanudamos aquellas estupendas conversaciones. Así y a través de la generosidad de El Heraldo lo hago aquí para dejar constancia de una hermosa tradición: la de mantener intacta la admiración y el respeto de aquellos que han sido ilustres y con sus artes y oficios fueron benéficos a México y al mundo. Que viva el recuerdo fecundo de la obra bien pensada y mejor escrita de Guillermo Tovar de Teresa, sus amistades, sus donaciones en museos y bibliotecas y especialmente, su espíritu libre que cual pegaso me imagino vuela. Como el enigmático pegaso de bronce que remata la fuente virreinal del Palacio Nacional que lo conmovía hasta que hubo dedicarle esa exquisita reflexión en prosa fina, acaso, cumbre de sus publicaciones. Aunque de sus treinta libros la obra que más me impacta es: "La Ciudad de los Palacios. Crónica de un patrimonio perdido". Un testimonio desgarrador de los crímenes contra el patrimonio de la humanidad en la Ciudad de México y un texto que ante todo persiguió sobre su dolor el denunciar la estupidez, la ignorancia infame y la codicia miserable con que dueños de monumentos destruyeron sus inmuebles por el furor de "modernizar" sus edificaciones y de manera sistemática la destrucción siniestra de ese patrimonio por parte del Gobierno federal y del local para los más inconfesables propósitos.Ese libro es un testimonio de transparencia sobre la desgarradora tragedia del patrimonio de la humanidad.  

Francisco Javier Acuña

*Comisionado Presidente del INAI

@F_JAVIER_ACUNA