Lo de ayer en el PAN estaba cantado: ganó la elección el acuerdo cupular y la negociación entre quienes desde hace años controlan el partido. El mando se lo queda el grupo que encabeza Ricardo Anaya, a través de Marko Cortés, pero ahora el poder ya no es total, sino compartido con los gobernadores que, en la negociación, impulsaron –y presionaron- a Héctor Larios para convertirse en el #2.
Anaya sigue pesando, pero su poder no es el mismo que antes del 1 de julio. Lo entienden las fuerzas internas, y también lo sabe él. Cuatro meses y medio después de la elección, el PAN parece haber salido del trance de la pasada contienda, que los mandó a la lona, y aunque sacudido, ha procesado sin sobresaltos mayores el cambio en su presidencia, lo que no ha podido hacer el PRD, que vive huérfano de dirigente, ni mucho menos el PRI, que parchó su liderazgo. Si bien no desaparece el conflicto interno, será mucho menor a lo que vimos hacia finales de 2017 y principios de este 2018. El PAN, la segunda fuerza política del país, tendría que ser opositor natural al gobierno que está por iniciar y resistir desde el Congreso. Sin bien con fracciones parlamentarias menores, mantiene en su poder 12 gubernaturas. Ocupa un lugar privilegiado para erigirse como el gran opositor frente a un gobierno que está en vías de encumbrarse, pero desorganizados no llegarán lejos.
Y sí, la división permanece, pero de forma soterrada. Larios, por ejemplo, se negaba horas antes de su postulación, a ir como segundo de quien, repetía en público y en privado, era “más de lo mismo” y representaba “continuidad”. Le llevó varios días definirse y fue cortejado por varios gobernadores y ex gobernadores que urgieron superar los pleitos internos. Cortés deberá demostrar la confianza en los hechos. Quizá por eso se ha comprometido con los liderazgos panista a no buscar un cargo desde la dirigencia. La alusión es más que clara a desterrar lo que tanto Anaya como su sucesor, Damián Zepeda, hicieron desde la presidencia del partido. El primero se autoproclamó candidato presidencial, el segundo coordinador en el Senado. El nuevo presidente del PAN estará obligado a pintar su raya y ser incluyente. Llega a la dirigencia en medio de una crisis, pero esas son también oportunidad. De rebote, estará al mando del mayor partido de oposición. Va a contrarreloj. La próxima parada electoral, 2021, no admite más retrasos, torpezas ni división. Los panistas parecen haber notado la urgencia de cohesionar al partido –anulando las disputas- para enfrentar, lo que observan, será una andanada del presidente electo contra todo aquel que se le ponga enfrente. El marco para mantener la unidad parece delimitado por la sobrevivencia. Veremos si alcanza.
-Off the record: Con el triunfo de Marko Cortés, la cabeza de Damián Zepeda, como coordinador en el Senado, pende de un hilo. El próximo presidente del PAN lo entregó en la negociación que lo llevó a encabezar la fórmula con Héctor Larios.
El todavía coordinador tiene las horas contadas.
@MLOPEZSANMARTIN