No es nada fácil entender el radical cambio político que el país ha vivido desde el 1 de julio, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador.
Lo primero que impide comprender las profundidades de esta transformación política es la polarización que ha partido al país hace muchos años, quizá desde el encumbramiento del salinismo y la emergencia de líderes de la oposición política, entre ellos López Obrador, el único que ha ganado la Presidencia respaldado por una base social que fue engrosándose con los años, la economía de 2 por ciento, la corrupción política desbocada como un potro salvaje y la descomposición social en vastas zonas del país.
Esa fractura social comenzaron a resentirla, hace también bastantes años, los ciudadanos divididos en dos: quienes han compartido largamente el credo del modelo neoliberal y aquellos que claramente no han sido beneficiados en las últimas tres décadas: los pobres, que han aumentado de manera consistente, la clase media, los campesinos y los habitantes de las áreas rurales de manera muy significativa, y una nutrida galería de críticos que sostiene que el neoliberalismo ha beneficiado a unos pocos, volviéndolos inmensamente ricos, a costa del empobrecimiento de la población.
Sin emitir juicios, lo que estamos viendo es un choque de frente, el primero real en años, entre el modelo neoliberal y sus fieles seguidores y el modelo político que propone López Obrador, cuya columna vertebral es separar al poder político del poder económico.
Desde la instauración del neoliberalismo en el régimen de Miguel de la Madrid, los empresarios, y de manera evidente un grupo, no sólo continuaron haciendo negocios prósperos: la separación entre los intereses políticos y económicos se difuminó como nunca, y como nunca también comenzaron a multiplicarse sospechas sobre políticos involucrados en negocios y prestanombres para ocultar su identidad.
La cancelación del aeropuerto y arrojar a la basura 110 mil millones de pesos es más que un golpe de timón o un manotazo sobre la mesa. Es el primer bazucazo obradorista contra el modelo neoliberal.
Así como Salinas decidió instaurarlo en su presidencia, ahora López Obrador prepara el terreno para derruirlo.
¿Es una decisión correcta? No lo sabremos pronto. Es una decisión audaz porque no implica sólo desplazar el modelo neoliberal, sino desafiar las estructuras que lo han soportado: los mercados, los sistemas financieros, las calificadoras internacionales.
Ese desafío estuvo detrás de la presentación de una iniciativa que plantea eliminar las comisiones bancarias que en México son más altas que en Estados Unidos –33% aquí y 18% allá–.
Los bancos han sido un gran negocio desde que Carlos Salinas los vendió (y dio el banderazo a una privatización rampante) y Zedillo los rescató unos años después, con el Fobaproa.
¿AMLO tiene la razón al embestir al modelo neoliberal? No lo sabemos. Pero en un mes, tras la cancelación del aeropuerto en Texcoco y el desafío a los bancos, su popularidad aumentó 10 puntos.
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