En la guerra electoral, misiles letales y cartuchos quemados sobrevuelan nuestras cabezas. Todos disparan con la intención de vulnerar al enemigo. Como sucede en el box, tan importante es el ataque como la defensa, que está en las piernas. ¿Qué hay debajo del territorio sobre el que están parados los candidatos y sus partidos para dar la batalla por la presidencia?
En esta campaña lo que no vemos es tan significativo como los golpes y las ráfagas visibles que perturban el ambiente. ¿De qué hablamos cuando hablamos de voto duro? ¿Las llamadas estructuras de gobierno y partidistas se debilitan y mueren o están destinadas a perdurar vivas y fuertes como un mito genial?
El fin de semana el Estado Mayor Presidencial anunció la cancelación de una gira del presidente Peña por Tamaulipas. Podríamos discutir si ese hecho confirma que en el país existen territorios bajo dominio del narcotráfico, pero me interesa discutir el profundo desgaste de los usos, las costumbres y los mecanismos de control político que durante ochenta años han regido la vida política y social del país.
Durante todo ese tiempo las clientelas electorales se organizaron y sirvieron al régimen dentro de las instituciones creadas tras la Revolución. Obreros, maestros, petroleros, vecinos, ejidatarios y electricistas formaron un complejo sistema corporativo de corrupción y reparto de dinero. Los líderes se enriquecieron y controlaron social y políticamente a sus agremiados.
Alfredo Vladimir Bonfil era un líder campesino y dirigente de la priista CNC, que a principios de los 70 se enfrentó al gobernador veracruzano Rafael Murillo para defender a los productores de caña de azúcar ante los dueños del ingenio San Cristóbal. Años después, un líder estudiantil llamado Víctor Cervera encabezó a los henequeneros de Yucatán y se enfrentó al gobernador Luis Torres Mesías, que lo encarceló y lo liberó cuando miles de campesinos llegaron a Mérida blandiendo sus coas, unos machetes pequeños y curvos.
¿Podríamos decir que la CNC o la CTM tienen hoy esa misma estirpe de líderes? ¿O perdieron su espíritu de lucha y representatividad social? ¿El sindicato de petroleros sirvió a los trabajadores o se transformó en un coto corrupto al servicio del poder, a cualquier costo?
A unos meses de las elecciones de julio, las más competitivas y complejas en la historia reciente, la mayor parte de esos núcleos corporativos que durante varios sexenios aportaron al régimen estabilidad y votos, están seriamente socavados por la corrupción política, la indecencia de sus líderes y el estado de desatención y abandono en que los gobiernos han mantenido a esas masas de ciudadanos y votantes lastimadas, empobrecidas, resentidas.
Tamaulipas es un ejemplo. Gobernado por el PRI durante ochenta años, su tejido social está roto y pervertido por el narcotráfico. Algo similar sucede en otros estados del centro y el sureste. “Es casi imposible convencerlos de votar por el PRI”, reconocía el otro día un líder de Antorcha Campesina. Agonizan las viejas estructuras corporativas y las clientelas electorales del régimen.