El más reciente spot de José Antonio Meade es un buen pretexto para conversar sobre el momento crítico –único y extraordinariamente complejo– que enfrenta el país.
“La gente está harta de las pre campañas”, dice el candidato del PRI, en lo que es, me parece, otro intento más por situarse del lado de los ciudadanos.
Este nuevo intento de Meade por comunicarse y de algún modo hacer clic con la sociedad puede o no ser artificial o claramente dirigido, un asunto que no tiene la misma importancia que entrar en el terreno árido del ánimo popular sobre la vida política del país.
Desde luego el ciudadano general está desencantado y la política puede provocarnos nauseas porque en México ha envejecido de la peor manera, aliándose con el crimen, convirtiendo el servicio público en un negocio, o haciendo de la simulación una malabárica y ubicua forma de vida y de pensamiento para mantenerse en el poder.
Pero me parece inexacta la teoría de que los ciudadanos en general (empresarios acaudalados o medios, asalariados, hogares de clase media y casas pobres) estén hartos de la política en un sentido de fuga, como cansada puede estar una persona de sus conflictos; el hartazgo es una consecuencia de lo que se vive todos los días (impunidad y corrupción política, narcotráfico, feminicidios, crimen organizado, una economía estancada, desempleo y un largo etcétera), pero algo muy diferente es enfrentarlos, debatirlos y resolverlos.
Sin pretenderlo quizá, cuando interpreta el pensamiento de que los ciudadanos están hartos de las traiciones de Anaya, Meade refuerza en un sector social amplio la idea del maridaje PRI-PAN y el fracaso y la responsabilidad de esos gobiernos ante los grupos sociales más empobrecidos, sobre los cuales se ha fundado y expandido el modelo neoliberal.
Las revelaciones de traición de peñistas y anayistas son un gigantesco solar de prendas sucias, posiblemente ilegales y en casi todos antidemocráticas.
Pero quizá en donde Meade se equivoca de manera más importante es en pretender –otra vez– mostrar cercanía y empatía con los ciudadanos con frases que no se sostienen o con golpes sin trascendencia.
Hace unos días llamó a los partidos y los actores políticos, recurriendo a la construcción de acuerdos, una de sus supuestas fortalezas, a completar el Sistema Nacional Anticorrupción. Su llamado se evaporó porque, como su aparente comprensión del hartazgo social, era solo una arenga: en los hechos el PRI y el gobierno de Peña, del que Meade es parte, se empeñaron en destruir el nuevo instrumento de combate a la corrupción.
Entre arengas e invocaciones a unos acuerdos que él debe reconocer como imposibles en medio de la guerra electoral, Meade sigue intentando encontrar una voz que lo acerque a la gente, cuando quizá una forma sencilla y honesta de lograrlo hubiera sido renunciar a la pre campaña, a la estructura y a la parafernalia priista que lo acompaña para acercarse de manera genuina a los ciudadanos.