Curioso y complicado intentar entender la visión de algunos activistas, políticos e intelectuales mexicanos sobre las funciones que se les debe dar a las Fuerzas Armadas.
Aunque más de 80% de los mexicanos respondan que confían más en las Fuerzas Armadas que en cualquier policía para realizar labores de seguridad, hay una ola de críticas sobre su empleo para labores de seguridad interior. Pero cuando las Fuerzas Armadas intentan –tras más de una década en la calle y por lo menos otra por delante- solicitar que se regule y delimite su empleo en términos domésticos, la reacción es tempestuosa: “Quieren reprimir a la ciudadanía.”
Ahora bien, cuando las Fuerzas Armadas intentan actuar como fuer- zas militares en vez de policías –por ejemplo con la anunciada compra de seis misiles para armar una fragata- sobreviene una ola de cuestionamientos sobre su viabilidad: “Para qué quieren misiles, si lo que necesitamos son escuelas”; de igual forma, cuando comienzan a planear des- pliegues al extranjero para realizar misiones de mantenimiento de paz, la reacción inmediata es: “¿Qué van a hacer allá, si todavía los necesitamos aquí?” ¡Qué público tan difícil!
La única función de las que no parece haber quejas –por lo menos hasta el momento- son sus labores de rescate después, de desastres naturales. Creo que ése sería el colmo.
La pregunta entonces es ¿Qué hacer con las Fuerzas Armadas? ¿Cómo las debe de emplear un Esta- do democrático moderno? ¿Deben enfocarse en labores de seguridad interior, defensa nacional, seguridad exterior (internacional) o reacción a desastres naturales (interior y exterior)?
La respuesta, no es complicada: todas las anteriores. Todas esas misiones crean un balance y todas son importantes para que México se pueda desarrollar como la potencia emergente que es y la que queremos que sea.
Ahora bien, para variar un poco nuestra tendencia hacia el interior, analicemos brevemente el enfoque de las Fuerzas Armadas hacia el exterior. El parteaguas en este sentido lo dio el presidente Enrique Pe- ña Nieto durante su discurso ante la ONU en septiembre de 2014, cuando anunció que México apoyaría la seguridad internacional y participaría en operaciones de paz.
Desde entonces las Fuerzas Armadas recibieron un mandato público para incrementar significativamente su presencia en el extranjero. Es una misión nueva y francamente difícil de acatar para instituciones que han estado los últimos 100 años enfocados hacia el interior.
Por obvias razones, la Armada estaba más acostumbrada al contacto internacional e incluso había incrementado su participación en ejercicios internacionales desde principios del siglo XXI, pero no tenía la orden expresa de participar en misiones de seguridad internacional.
Los esfuerzos que han llevado a cabo tanto Sedena como Semar para incrementar su presencia externa han sido significativos y vale la pena analizarlos para darles su lugar, pero también para proponer mejoras.
Esa visión puede dividirse entre la parte política-diplomática y la operativa: la primera ha recibido más atención, pues constituye el paso necesario para establecer las bases para articular la segunda. Como era de esperarse, la política exterior mili- tar cuenta con bastante influencia de la política exterior civil en cuanto a que intentará balancear las relaciones bilaterales, particularmente con EU, con una fuerte dosis de actividades multilaterales. Enfatizo “intentará” pues la preponderancia de EU en el sistema internacional, sobre todo en el sector militar, y en la órbita de México es tan fuerte que terminará absorbiendo 80 por ciento de las actividades militares mexicanas hacia el exterior. En los últimos tres años, Sedena ha abierto 13 nuevas agregadurías en embajadas mexicanas en el exterior, pasando de 26 a 39 y analiza la viabilidad de abrir nuevas en la República Checa, Ucrania y Vietnam. Igualmente Semar cuenta con 22. Sería conveniente estudiar la viabilidad -en algunos casos- de consolidar esfuerzos para designar a un sólo representante titular para ambas instituciones, apoyado de un adjunto proveniente de la segunda institución.
Oficiales militares mexicanos han pasado a ocupar cargos de alto per l en organizaciones multilaterales como la Junta Interamericana de Defensa, Colegio Interamericano de Defensa, Organización de Estados Americanos, Organización Marítima Internacional y se ha acercado en calidad de observador a organizaciones como la Conferencia de Fuerzas Armadas Centroamericanas (CFAC) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Su participación con la última ha sido más limitada, pero si México quiere elevar su perfil a niveles palpables, deberá incrementar su relación con la OTAN. Hay muchas maneras de hacerlo sin necesidad de solicitar membresía completa.
Como siguiente paso, la parte operativa debe de ser reforzada. La diplomacia militar está en su apogeo, pero para darle sustancia el compromiso debe convertirse en realidad. El Centro de Entrenamiento Conjunto de Operaciones de Paz en México (Cecopam) –que deberá de ser inaugurado en 2018- es un buen avance para contribuir con un batallón conjunto de cascos azules a partir de 2020.
Requerirá también invertir en entrenamiento y equipamiento que va a escandalizar a las ONG, intelectuales y activistas que no se cansan de de- mandar que las Fuerzas Armadas no estén ni dentro ni fuera del contexto nacional –sino todo lo contrario. Esto querrá decir que tanto militares como mexicanos comunes –y agregados- debemos de educarnos para entender y articular lo que significa –en materia de gasto y sacrificio- el ser parte relevante de la comunidad de seguridad internacional y pasar de observador a actor.