Era un muchacho largirucho y flaco, el cabello largo sobre los hombros de una sudadera. Corrió por dentro del parque Xicoténcatl, pegado a la barda, y de pronto se escabulló por el intersticio abierto en uno de los barrotes de la verja que protege a una de las áreas arboladas más hermosas de Coyoacán.
Dejó atrás las bardas de mosaico y la fuente, alcanzó la calle de un salto y cayó cerca de una muchacha que paseaba un perro macilento y un señor que hablaba por el celular. Le vimos el rostro salpicado de gotitas de sudor y nos miramos confundidos. ¿Por qué sale por un agujero y no por la puerta del parque? ¿Huye de algo? Volteamos detrás de él y no vimos a nadie.
El señor bajó el teléfono y con susto observó al muchacho caminar hacia donde él se encontraba. La joven se echó a correr con el perro. El chico cruzó la calle y antes de llegar a donde estaba el hombre, se tumbó en el asfalto y se metió debajo de un auto.
Lo vimos salir despreocupado con una pelota en la mano. Volvió a meterse entre los barrotes para golpear la pelota contra el muro del parque.
Nuestro Fantomas era un inofensivo jugador de frontón.
Nos miramos como estúpidos y sonreímos. El viejo resolló:
“Es la paranoia”.
Vivimos en la ciudad de la paranoia, un reacción que extrapolada a ciudad chilango consiste en sentirse vigilado, amenazado o perseguido, y no disfrazar ni ocultar (sino todo lo contrario) un estado de alerta permanente que te hace voltear en el auto y detenerte en las esquinas para mirar si hay alguien pisándote los talones.
Un paranoico no descansa de sus fantasmas y con frecuencia inmunda así nos sentimos. ¿Recuerdan ese sentimiento de rabia e impotencia ante la ola criminal de los años 80?
La coincidencia en las conversaciones era qué amigos o cuáles de sus familiares habían sido asaltados o secuestrados para exprimirles sus ahorros.
Los chilangos se cuidan como pueden y cuidan sus casas con cámaras que envían imágenes que pueden seguir desde el celular, o con pelotones de perros de guardia echados a la puerta de sus hogares, día y noche. Un día, al preguntar a una señora por una calle, me quedé como una piedra cuando vi a su acompañante: el hombre sentado a su lado era un maniquí escolta.
Recordaba estos artilugios contra el crimen cuando al llegar a Churubusco, en la siguiente esquina se me perdió el parque Xicoténcatl. ¿Dónde quedaron la cancha de futbol y la pista de patinaje? ¿Quién se las robó?
Los vecinos acusan del robo a la delegación Coyoacán, que se apropió del espacio público para construir unas oficinas burocráticas. Alguien, no se sabe si la delegación o el partido, escribió en una barda un mensaje inaudito: “El PRD trabaja para ti. Nuevo centro de atención para atender tus quejas”.
Los ciudadanos demandaron a la delegación ante un tribunal. ¿Por qué no les creemos nadita? Debe ser la paranoia, en la ciudad de los robos increíbles.