El oro molido de las Fake News

Si algo debemos agradecer a Donald Trump es su esfuerzo diario para llamar la atención sobre las fake news. Porque en su afán de desacreditar a la prensa no ha hecho otra cosa que evidenciar que el mayor peligro de las noticias falsas no proviene de los medios de comunicación tradicionales, sino de quienes se saltan a éstos. El quehacer periodístico profesional de medios como CNN, CBS, New York Times, Washington Post y demás que odia Trump exige, al menos, filtros básicos para publicar una información: evidencias, investigación, contexto, edición, corrección de estilo, multiplicidad de fuentes e inclusión de las contrapartes. Por el contrario, el presidente de EU no tiene más que levantarse de la cama y comenzar a lanzar textos de máximo 280 caracteres en Twitter sin pruebas ni cifras, matices o defensa del acusado así teclee la salvajada más grande del mundo, como que tiene un botón nuclear más grande que el del presidente coreano, o que México es, porque él lo dice, el país más peligroso del mundo. Lo peor es que ese tipo de comunicación unilateral que promueve Trump, salpicada de falsedades o verdades a medias, tergiversada, exagerada, minimizada y sin cuestionamientos, encontró en la redes la mejor vía para lanzar fake news, para desinformar o manipular con fines muy precisos: hacer propaganda política, social, económica o criminal. No es casualidad que los cárteles de la droga hayan asesinado en los últimos 10 años a 113 periodistas en México y que, en un sólo estado, Tamaulipas, se haya atacado en el mismo periodo a diversos medios de comunicación en 53 ocasiones. Va más allá. El autoritarismo (en cualquier expresión) quiere sus propios portales, sus propios blogs, sus propias páginas en la web para tener el control de la opinión pública. Al cabo que ahí ninguna publicación debe cubrir con los requisitos mínimos para probar la veracidad de la información, como sí lo exige el ejercicio periodístico. En 2012, el dirigente de la Central de Trabajadores de Argentinos, Luis D ´Elia, quien hoy está preso por encubrir la planeación de un atentado con coche bomba en Buenos Aires, usó las redes sociales para publicar una falsa lista de salarios millonarios y acusar a periodistas críticos de enriquecimiento ilícito. La procedencia de esa información falsa se descubrió posteriormente, pero el mal estaba hecho. Por millones de ejemplos de este tipo, organizaciones civiles en diversos países han reclamado una regulación internacional a la veracidad de los contenidos de las redes que no ha prosperado debido a un viejo debate sobre la libertad de expresión. ¿Queda, entonces, la responsabilidad de determinar cuando es una información falsa y cuando no en cada usuario de las redes? El filosofo italiano Humberto Eco, un duro crítico de la Era Digital, sugirió, antes de su muerte en 2016, educar a la gente a ser crítica de los contenidos que encuentran en internet, para evitar la influencia de “una invasión de imbéciles’’ que hoy tienen la misma voz para opinar que un premio Nobel. Ojo.