Corea del Norte es probablemente uno de los países más enigmáticos de la actualidad. Tras el velo del silencio y el ostracismo se encuentran un sinfín de leyendas, mitos y misterios que, a la fecha, solamente han podido confirmarse o desdeñarse a través de la mirada de unos
cuantos infiltrados, periodistas y exiliados que alumbran el oscuro rostro de un país peleado a muerte con su hermana del sur.
El brutal autoritarismo y aislamiento bajo el cual viven los coreanos del norte, han traído consigo que una de las pocas opciones para poder salir y conocer otras realidades sea la práctica deportiva. Tristemente, el aparato del Estado ha hecho uso de estas figuras una y otra vez para posicionarse geopolíticamente e incluso tomar represalias contra los atletas si no alcanzan los resultados deseados. Los políticos, demagogos y dictadores se han hecho cargo, una y otra vez, de manchar y manosear ésta –y otras– expresión humana. Sin embargo, la inocencia y esencia pura del deporte han logrado, en reiteradas ocasiones, devolverle un poco de esperanza a quienes todavía creemos que el de- porte puede unir lo que la política y el odio supieron separar.
En esta edición de los Juegos Olímpicos de Invierno, veremos una vez más desfilar a estas dos naciones bajo la bandera de la unificación. A falta de la autorización del Comité Olímpico Internacional, el Ministerio de Unificación de Corea del Sur ha dado a conocer que se ha llegado a un acuerdo para que ambos países compitan en conjunto, representados por el equipo femenil de hockey sobre hielo, así como presentarse como una sola delegación durante el desfile inaugural.
A pesar de no ser esta la primera ocasión en que esto sucede (los antecedentes son Sídney 2000, Atenas 2004 y Turín 2006), resulta fundamental destacar que dada la coyuntura, este mensaje es muy poderoso. Mientras Donald Trump enciende las redes con mensajes de odio y amenaza hacia su contraparte, el dictador Kim Jong-Un, esta determinación hace pensar que las intenciones del siniestro tirano son las de mostrar una imagen más apacible y abierta al diálogo.
Está claro que para quienes dominan el mundo desde sus aisladas palestras, estos eventos únicamente representan una oportunidad para hacer gala de su poder geopolítico, o de cualquier otra cosa que quieran mostrar; no obstante, es también una ejemplo del poder que puede tener el deporte para unificar –aunque sea de forma momentánea– personas y visiones. Éstas, son históricamente las que logran desbancar a los opresores. Que Pyeongchang no deje de recordárnoslo.