Dan Gurney ha muerto. Se ha ido el recio piloto estadounidense. Detrás de su aguerrido valor deja una amplia estela de triunfos que marca- ron una época en la historia del automovilismo. Y su fama no se circunscribe a esa espontánea idea de rociar champaña al final de una carrera, y con ello instituir esta tradición como símbolo de la victoria, sino a una forma de correr sin concesiones, aunada a una personalidad cautivadora.
Aquella voz ronca y su galanura se apagaron para siempre el pasado 14 de enero. Eran el continente dentro del que palpitaba un corazón valiente, en esos años en que ser piloto de carreras entrañaba un enorme riesgo cada vez que un hombre se sentaba en el cockpit de un bólido, lanzado a la pista con la fuerza de una vocación latiendo a muchas revoluciones por minuto.
Su versatilidad lo llevó a ganar carreras de Fórmula 1, NASCAR y CART, además del campeonato de resistencia que en su tiempo tenía en Las 24 Horas de Le Mans, una prueba de trascendencia para las escuderías que se aventuraban a entrar en ese juego de vanidades, exigiendo a sus motores que no desfallecieran en el intento de saber cuál era el mejor.
Y fue precisamente en 1967 cuando Gurney entró a la meta en primer lugar a bordo de aquel mítico y hermoso Ford GT40, que se había convertido en el coche insignia de Henry Ford II, en esos años en que se empeñó en derrotar a Enzo Ferrari al caerse la negociación para adquirir la marca italiana y surgió la rivalidad entre los dos influyentes personajes. Gurney fue parte de esa historia conjuntamente con A.J. Foyt Jr., en aquel prototipo identificado con la denominación de MK IV, y cuando sólo dos pilotos se repartían la agotadora dureza de conducir con tanta habilidad durante un día entero. Vivió de cerca los acontecimientos y se regodeó en la victoria cuando Ford Motor Company pulverizó el dominio de Ferrari en el circuito francés de La Sarthe, y mantuvo la corona sobre sus sienes durante cuatro largas temporadas, comprendidas entre 1966 y 1969.
Al poco tiempo de haberse retirado, Gurney fundó el equipo All American Racers en sociedad con el carismático Mario Andretti, el único piloto norteamericano que ha ganado más carreras de Fórmula 1 y que, al igual que Dan, también buscó diversificarse en distintas competencias pilotando coches de muy diversa condición. De esos, muy pocos.
El recuerdo del corredor nacido en Port Jefferson, Nueva York, el 13 de abril de 1931, quedará como ejemplo de indómita raza que representó el espíritu de esa alegre California donde se afincó siendo niño. Desde ahí, Dan Gurney afrontó la vida con hombría y, parafraseando a García Márquez, vivió para contarla. Ahora nace su leyenda.