John Feeley era considerado una estrella en ascenso de la diplomacia estadounidense y unos de los principales expertos del Departamento de Estado en América Latina.
Tenía, coincide todo mundo, un futuro brillante. A sus 56 años de edad ya era embajador en un punto sensitivo, había sido encargado de negocios en una de las principales embajadas de su país en el mundo, México; en otras partes de su carrera había estado en el equipo de formulación de políticas hacia la región y formado parte del equipo de apoyo al trabajo del Secretario.
Feeley renunció el viernes -o más bien su dimisión ese hizo pública el viernes-, porque no podía seguir bajo el gobierno Trump. "Como oficial junior" del Servicio Exterior, firmé un juramento de servir fielmente al Presidente y su administración de una manera apolítica, incluso cuando no estoy de acuerdo con ciertas políticas", indicó en una carta de despedida.
"Mis instructores dejaron en claro que si creía que no podía hacer eso, el honor me obligaba a renunciar. Ese momento ha llegado", dijo Feeley, según un extracto de la carta citada por Reuters.
La versión no ha sido disputada ni tiene porqué serlo. Feeley, de hecho, había informado su intención al Departamento de Estado desde fines de diciembre.
Ferley, que sirvió en la Infantería de Marina como piloto de helicóptero, no está ideológicamente ciego ni tan rico que pueda permitirse no trabajar.
En el gobierno de EU y muy especialmente en el Departamento de Estado, hay un proceso de desmoralización que alcanza a más y más miembros del servicio público.
El Departamento de Estado puede ser el ejemplo mas obvio, ante los conflictos que genera el presidente Trump; pero no es menos difícil, por ejemplo, trabajar en la Agencia de Protección Ambiental (EPA) para llevar adelante políticas que dieron un vuelco de 180 grados, o en los servicios de inteligencia y de policía como la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), sin olvidar otras dependencias del aparato policiaco-legal gubernamental, cada vez más expuestas al uso político.
La renuncia de Feeley fue muy personal, pero pone en un brete a otros miembros de la burocracia de EU, que en muchos casos están divididos ahora entre el sentimiento del deber hacia su país, por encima de su gobierno del momento, y la evidente expresión de rechazo hacia las políticas de un mandatario que muchos de ellos consideran ignorante o el eje de políticas negativas para el propio país.
Claro que en una sociedad tan polarizada como la de Estados Unidos, una actitud como la de Feeley es vista también como una adopción pública de una postura política. Puede ser, pero no la hace menos respetable: al contrario, dejó la seguridad de un trabajo cómodo y una prometedora carrera por lo que considera su obligación ética.
No es el único que lo ha hecho y probablemente tampoco sea el último que lo haga.
Tuve, como muchos otros, la oportunidad de conocer y hacer amistad con Feeley. Lo considero un privilegio.
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