Al ganar un reconocimiento especial en los Globos de Oro, Oprah Winfrey pronunció un discurso político potente y conmovedor. No se trató de la usual perorata de agradecimientos y buenos deseos, sino de una arenga sentida y concreta a la participación y el cambio. Se centró en la necesidad de construir una sociedad libre de violencia de género, en el contexto de la campaña #MeToo.
Juzgue usted si no es el caso, echándole un ojo a su cierre: ¡Así que quiero que todas las niñas que están viendo ahora, sepan que un nuevo día está en el horizonte! Y cuando ese nuevo día finalmente amanezca, será gracias a muchas mujeres magníficas… , y algunos hombres fenomenales, que están peleando duro para asegurarse de que se convertirán en los líderes que nos lleven al momento en que nadie tenga que volver a decir “yo también”. Si aún le quedan dudas, al concluir esta lectura evite seguirse con los memes más recientes de la canción del movimiento naranja, y mejor vea el video del discurso, le aseguro que le va a gustar.
Casi inmediatamente, Oprah Winfrey se convirtió en una de las punteras para convertirse en Presidenta de Estados Unidos en 2020 según los sitios de apuestas internacionales. En cascada se dieron decenas de editoriales y comentarios entusiasmados por la posibilidad, y desde luego las críticas hipócritas de la base de apoyo de Trump contra su inexperiencia política (y otras más interesantes contra su difusión de remedios de salud fraudulentos). Me sumo a quienes imaginan con ilusión la justicia poética de ver a Trump reemplazado en la Casa Blanca por una mujer negra. Y creo también que su discurso fue un auténtico instrumento de construcción de esperanza, algo nunca despreciable.
Pero me interesa también que no se nos escape algo que resulta patente del fenómeno: desde Arnold Schwarzenegger hasta el propio Trump, y ahora quizá Oprah Winfrey, es la celebridad la que está abriendo las puertas del poder político. Ello no me parece de suyo preocupante. Quienes se han ganado una voz pública como resultado de su éxito en otras arenas, sea la deportiva, artística, empresarial, etc., deben hacer conciencia de ello y, en su caso, contribuir con esa voz al debate democrático. Y si además estamos hablando de alguien que se ha ganado dicha celebridad con base en el esfuerzo, honestidad, dignidad, y profesionalismo, pues aún mejor. Pero el otro lado de la moneda es que por cada Oprah Winfrey quizá hay dos, tres, muchos Trumps, Juanitos, Cuauhtémoc Blancos.
Más allá del riesgo que dichos perfiles pueden implicar, lo que está ocurriendo de fondo es el crecimiento de una corriente de opinión que no es necesariamente populista o antielitista. Más bien se trata de un sentimiento antipolítico, y si me apuran, antimeritocrático. Se desprecia la preparación, la experiencia y trayectoria, particularmente en los asuntos públicos, y se privilegia el éxito en otros sectores, que se suponen más limpios y virtuosos. Eso no es bueno.
La democracia es un proyecto al que cualquier perfil ha de contribuir, pero que requiere crucialmente de expertos dándole vitalidad y eficacia. En lo técnico y analítico, desde luego, pero también en la discusión y el debate, en el acuerdo, en la ejecución e implementación, en la innovación y comunicación. Y exige de trayectorias ilustres que muestren estas virtudes. Además de las de Oprah.