Bien haríamos los mexicanos en prepararnos mejor para la permanencia en este país de miles y miles de centroamericanos que se unirán a otros tras la cancelación del programa TPS por parte del presidente Donald Trump para 200 mil salvadoreños, cuyos permisos de residencia en EU concluirán en septiembre de 2019.
Suerte similar pueden tener para el 5 de junio próximo alrededor de 30 mil hondureños, que también han sido beneficiados por el TPS, un estatus que designa EU a ciudadanos de 13 países (entre ellos, los dos centroamericanos y Haití, en America Latina) cuyas condiciones sociales, políticas o por inseguridad, hacen imposible el regreso.
Los afectados tendrán una prórroga de 18 meses para buscar la residencia permanente en la Unión Americana, pero muchos ven este paso como “tortuoso y complicado’’ y ya comienzan a desmotivar a sus familiares de migrar a EU, a pesar de las condiciones de inseguridad en sus países por las pandillas y sus extorsiones, balaceras y asesinatos.
La consolidación de las políticas antiinmigrantes en EU, sobre las que Trump estuvo rumiando desde la campaña, dejan a México como segunda opción y en un papel complicado, porque hasta ahora no tiene ni condiciones ni capacitación, ni interés para atender a los centroamericanos que se quedan.
A nivel federal ha habido algunos intentos para entender el fenómeno: al menos hay una Ley de Migración que quitó las penas máximas de 10 años que existían hasta 2011, por internarse sin documentos en el país, aunque sigue deportando a un ritmo de 900 indocumentados al mes, 90% centroamericanos.
Pero el verdadero problema está en los municipios y los estados, donde se han dado muestras de racismo extremo, como asesinatos, delaciones al Instituto Nacional de Migración, pintas de rechazo y organizaciones de colonos para hacer la vida imposible a los migrantes.
Incluso en la Ciudad de México, que desde 2009 se declaró “Santuario’’ y su policía no persigue a los indocumentados, el sacerdote Alejandro Solalinde tuvo que cerrar su albergue para adolescentes migrantes que abrió en la colonia El Recreo, porque las asociaciones de colonos no dejaban de quejarse y juntar firmas para echarlos.
Que porque aquí también hay pobres, ¿para qué traer más de otros países?, que porque no saben las mañas de los muchachos, que si los jóvenes fuman marihuana, que porque podrían incrementar la delincuencia del barrio, etc.
Lo cierto es que, aunque los corran, los centroamericanos siguen llegando a diario, por cientos, y las noticias de los cambios de política migratoria en EU no los detiene, pues, si se complica su viaje se quedan aquí, un país que, aunque violento en algunas zonas, no llega a los niveles de descomposición social de Honduras y El Salvador, donde las pandillas obligan a familias enteras a servirles.
La oportunidad de integrarlos es un reto de política pública pero, sobretodo, una oportunidad para que el mexicano común demuestre de una vez por todas que no teme a la otredad ni es racista, como reprocha la historia ,aunque de dientes para afuera lo niegue.
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