En la PERMANENCIA VOLUNTARIA que escribí para la edición del 27 de octubre pasado de El Heraldo del México, dedicada a la edición 25 del Festival Internacional de Cine de Morelia, prometí que cuando llegara la hora, íbamos a hablar ampliamente de éste que es el décimo largometraje del que para mí es uno de los cineastas más brillantes de la historia del cine, Guillermo del Toro. Y aquí estoy hoy, hablando de esta obra maestra.
Uno de mis momentos favoritos durante la entrega pasada de los Globos de Oro, no sólo fue cuando Natalie Portman nombró a Guillermo del Toro (entre el resto de los "solo hombres directores" nominados) como el mejor director por su trabajo en La Forma del Agua, sino cuando el mexicano pidió que le quitaran la música para que pudiera terminar de dar su discurso de aceptación, pues como él dijo, le tomó 25 años poder pararse ahí y ser reconocido por una fábula en donde la figura principal es uno de esos monstruos que desde su infancia lleva creando. Esos cuentos de color, de luz y sombras que en tres ocasiones le han salvado la vida: El Espinazo del Diablo, El Laberinto del Fauno y ahora La Forma del Agua.
A pesar de que el filme de Guillermo del Toro que narra la historia de amor que surge entre una extraña criatura marina y una empleada de limpieza que además es muda, en los tiempos de la Guerra Fría, no obtuvo el premio a la mejor película, se reconoció lo justo, a su director y el ingenio que tiene para filmar. Yo sé que como tal la premisa suena a un tipo de la Bella y la Bestia, y de cierta manera lo es, pero el trasfondo social, político y económico que tiene esta película, que se esconde detrás de una bella historia de amor, es brutal. La Forma del Agua está llena de simbolismos. Cada elemento que está puesto en la cinta tiene una razón de ser. Los colores que se utilizan en ciertos momentos, las frases del calendario, las referencias cinematográficas, el significado del agua y de la propia criatura. Lo que este monstruo marino experimental representa para la protagonista de la historia Elisa, estupendamente interpretada por Sally Hawkins, es distinto para el vecino (Richard Jenkins), como lo es para el villano de la historia personificado por Michael Shannon, para el gobierno norteamericano, para la rusos, e incluso para el científico que lo estudia en el laboratorio. El hecho de que los dos personajes principales no hablen, dice mucho de ese amor puro que debería existir en todas las relaciones. Y si a todo eso le sumamos la hermosa música de Alexandre Desplat, que les tomó 9 meses definir, el filme se convierte en toda una obra de arte.
Mi recomendación: Es una cinta que hay que ver por lo menos dos veces para disfrutar de todos estos detalles que la hacen única y monstruosamente bella.
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