Adorable mentira

Sí, huele flores y rehúsa la pelea, por lo cual decide escapar de la ganadería para irse a llevar una vida placentera en una granja, donde es adoptado como mascota. No podemos obviar el hecho de que Ferdinand es una animación realizada por estadounidenses (dirigida por un brasileño) carentes de la más mínima noción de lo que significa una corrida de toros. Ignoran por completo la tradición y los valores que definen a la fiesta. Está claro que desconocen cual es el rol del toro en la ecología. A diferencia de los creadores de la estupenda película Coco (de Pixar), a leguas se nota que estos gringos despistados no hicieron la tarea. Los productores, animadores y directores de Coco, pasaron semanas enteras en México, desenmarañando misterios, adentrándose en lo más profundo de nuestras raíces. Y es por ello que entregaron un producto de soberbia calidad que retrata casi a la perfección lo que significa el Día de Muertos. Ferdinand, en cambio, queda a deber, porque sus creadores no se tomaron siquiera la molestia de visitar el campo bravo; no se preocuparon por estudiar el comportamiento real de los toros en su hábitat y no indagaron en la liturgia que supone el espectáculo taurino. Se limitaron a guiar- se por clichés, y llevados de la mano del asqueroso lugar común, produjeron un filme “de oídas”, por lo que entregaron un producto chabacano, moralino y sensiblero, en el que un toro de ojos azules que no quiere pelear (lo cual atenta contra la naturaleza misma de su genética) se limita a oler flores en el campo para después, tras peripecia y media, terminar en una gran- ja como animal doméstico. Incluso duerme en la misma casa de su pequeña ama. ¡Tamaña estupidez! Después de varias aventuras, en las que el adorable cornúpeta convence a sus compañeros toros de que morir en la plaza carece de sentido, Ferdinand triunfa en el ruedo enarbolando el falaz discurso de que los toros de lidia no son criados para morir con gloria y peleando con fiereza en un coso taurino, consiguiendo en cambio el indulto tras sensibilizar a su malencarado y bigotudo matador, ante la algarabía popular. Pero el numerito no sucede en cualquier plaza. Ocurre en las mismísimas Ventas de Madrid. El tierno astado de sonrisa fácil, entonces, mete en el canasto a su matador y de manera hollywodense arranca el aplauso del otrora exigente público madrileño, tras sentarse en la arena en son de paz, mientras el coletudo montaba la espada. Exaltar valores como la amistad, el compañerismo y la lealtad es loable. Pero hacerlo desde la ignorancia con respecto a una tradición tan arraigada en España y México, es un absoluto despropósito. Si usted es padre de niños pequeños, llévelos, se van a divertir. Pero si es taurino y sus hijos ya están en edad de discernir, prepárese para un alud de preguntas incómodas. La película es 100% antitaurina. No soy crítico de cine, pero soy taurino y no tolero mentiras en torno a un espectáculo que es todo menos frívolo.   Columna anterior: Plegaria