Con Donald Trump, el mensajero ahoga el mensaje

El ruido creado por el presidente estadounidense, Donald Trump, impide a veces ver sus problemas, y lo que ha hecho o, más bien, lo que han hecho otros en su nombre. La combativa, por no decir broncuda y berrinchuda naturaleza del mandatario, su afición a las redes sociales y su tendencia a decir -o tuitear- lo que le viene en mente, sin pensar más allá, lo hacen un imán para los medios. Y ése es un papel que Trump, un aparente egocéntrico, disfruta. Pero ruido y escándalo no son gobierno. El juego político es más que el envío de frases, halagos o amenazas, más que la asunción de poses. Es trabajo, es metodología, es el arte de sumar. Y coherencia. Y ahí está el problema de Trump. Su naturaleza le impide escuchar a su equipo y sus consejeros, pero algunos de ellos se encuentran con él más como un sentido de servicio y de deber que por convicción; otros, tienen agendas personales que conjugan con las declaraciones de Trump y consideran que su servicio en el gobierno es importante para sus creencias. Algunos lo han hecho saber más o menos abiertamente. Los reportes sobre los problemas de Trump para aceptar la organización que su ahora jefe de Asesores, general John Kelly, trata de imponer en una caótica Casa Blanca, auguran que el militar retirado durará sólo unos meses en el puesto. Pero Kelly aceptó la posición menos por lealtad a Trump que como parte de su convicción de deber, afirman quienes dicen conocerlo. El general James Mattis, secretario de Defensa ha buscado por su parte desmentir versiones sobre divergencias con el Presidente, pero también expresado abiertamente que su creencia de que tiene el deber de acudir al llamado del presidente de su país: "no me importa si es republicano o demócrata; tenemos la obligación de servir", declaró recientemente. El general H.R. McMaster, ahora jefe del Consejo de Seguridad Nacional, ha hablado menos, pero al mismo tiempo actuado de forma más o menos abierta para aislar ese organismo de las posturas de los "ideólogos" de extrema derecha que llegaron con Trump a la Casa Blanca. Junto con Kelly, han logrado limitar o eliminar la presencia de personajes como Steve Bannon o Sebastian Gorka. Por su parte, el procurador general, Jeff Sessions, pareció determinado a ignorar insultos y humillaciones por parte de Trump en buena medida por su apego a una misión casi de ideología personal: eliminar la inmigración ilegal. El asesor económico de la Casa Blanca, Gary Cohn, destacó recientemente su propio sentido de misión, en términos de impulsar la reducción de impuestos, una meta largamente acariciada y promovida por grupos conservadores tradicionales. Sería legítimo preguntar cuál es la posición de Trump en todo esto. La respuesta no es aparente: el ruido creado por Trump y sus contradicciones no deja verla.   Columna anterior: Trump y los "soñadores"