Mirando Al Otro Lado
Por: Ricardo Pascoe
Es interesante que en un país donde la grabación ilegal de llamadas telefónicas se ha hecho costumbre, junto con su posterior divulgación durante una campaña electoral o una coyuntura específica para dañar las partes involucradas, parecería existir un límite ético a esa práctica: no se divulgan las conversaciones presidenciales. A mayor precisión, no se divulgan las conversaciones presidenciales aunque es fácil adivinar que sí son grabadas.
En los últimos años han habido dos excepciones a esta regla. En 2002 Fidel Castro divulgó el audio y transcripción de su conversación telefónica con Vicente Fox acerca de las implicaciones que generaría su presencia en una reunión mundial de las Naciones Unidas que estaba por realizarse en Monterrey, México. Se conoce popularmente el contenido de dicha conversación como el “comes y te vas”. Lo notable de la conversación es que fue dada a conocer por un gobierno extranjero para saldar un conflicto político suscitado entre las dos naciones, Cuba y México.
En esta semana el gobierno estadounidense, encabezado por Donald Trump, sufrió una enésima filtración al publicarse en el Washington Post la transcripción de una conversación telefónica sostenida entre Trump y Peña Nieto en enero de este año. En este caso, a diferencia de la llamada Castro-Fox, la publicación de la conversación, que fue acompañada por la transcripción de otra llamada entre Trump y el Primer Ministro australiano, se hizo contra los intereses del Presidente estadounidense. Trump encabeza un gobierno en conflicto consigo mismo, pues ha generado enemigos internos deseosos de demostrar la inoperancia del gobierno federal de ese país. Las filtraciones obviamente vienen de personajes desafectos con el modelo de gobernanza que pretende imprimirle Trump a su gestión.
La divulgación de las llamadas perseguían, por tanto, objetivos distintos. Fidel Castro pretendía afectar negativamente al Presidente mexicano y a su gobierno, mientras las divulgaciones recientes pretenden afectar negativamente a Trump, no a los gobiernos de México y Australia que, sin embargo, son usados como rehén y pieza de recambio dentro de las pugnas internas por el poder en la Casa Blanca.
Una lectura cuidadosa de las dos transcripciones-de Cuba y de Washington-demuestra básicamente la realidad de dos circunstancias completamente diferentes. Mientras Fidel se refería a Fox como ‘Sr Presidente’ y Fox a Fidel como ‘Fidel’, en el caso reciente fue al revés. Peña Nieto se refería a Trump como ‘Sr Presidente’ mientras Trump le llamaba ‘Enrique’. No es un dato menor: la formalidad, en el caso de un conversación oficial, habla de una intencionalidad de control y direccionalidad, mientras la informalidad sugiere improvisación y poca claridad de objetivos.
Mientras Fox y Trump divagaban e improvisaban comentarios confusos e inconexos, Fidel y Peña Nieto fueron mucho más decisivos en sus comentarios, a partir, debe suponerse, de ciertos objetivos previamente definidos. Ser formales les permitió cierto control sobre el rumbo de la conversación, mientras sus interlocutores empezaban hablando con una idea y terminaban hablando sobre otra, queriendo fingir una falsa cercanía que la informalidad sugiere: ‘Fidel’ y ‘Enrique’, seguramente pensando que ese halago informal les permitiría ganar la discusión. Una pretensión, dicho sea de paso, nada más falsa y tonta, especialmente puesta en boca de un gobernante.
Peña Nieto, por tanto, se manejó correctamente en su conversación con Trump, lo cual se confirma al leer cuidadosamente el texto literal de la conversación. Por ejemplo, ¿tenía sentido cuestionarle a Trump su aseveración de que sus fuerzas armadas son menos miedosas que las mexicanas, o que su victoria electoral fue contundente y que ganó más votos que Clinton, o que Peña debiera promover una reforma constitucional para reelegirse? Evidentemente que no tenía ninguna utilidad caer en los innuendos e insinuaciones de un gobernante que buscaba irritar y cansar, como método de debate para ganarle al contrincante. Peña evadió esas maniobras discursivas de Trump, y debe reconocérsele ello. Pretender que fue débil en la defensa de la soberanía nacional es un posicionamiento de retórica política y de partido, pero no es producto de un análisis serio y cuidadoso del texto mismo de la conversación.
Obviamente lo que quería Trump era el compromiso de Peña y de su gobierno de dejar de decir públicamente que México no pagaría el muro. Ese era el objetivo de la llamada, ni siquiera la discusión sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio, que más bien se insertó en la conversación para probar la fuerza de la resistencia mexicana. Y Peña fue claro: México no pagaría el muro. Por esa conclusión de la conversación es que se canceló la reunión programada entre los dos mandatarios.
Más allá de filias y fobias, es importante mantener la cabeza clara sobre lo que está aconteciendo en la relación bilateral México-Estados Unidos, y no caer en las interpretaciones facilistas que son el sembrado de posicionamientos político-partidistas sin claridad en las alternativas. ¿Habría tenido alguna utilidad para el interés y la soberanía nacionales contestarle, uno por uno, a los improperios trumpistas, perdiendo en el camino el debate real, que era sobre el muro y la exigencia del silencio mexicano? Con un personaje como Donald hay que ir a lo fundamental y no dejarse arrastrar por los fuegos artificiales.
Lunes 20 de Enero de 2025