Desde luego que hace una enorme diferencia la calidad del liderazgo. El sexenio actual es muestra cabal de ello. Si quienes gobiernan están motivados por razones de genuino servicio público, están bien preparados, estudian las alternativas exhaustivamente, buscan asesoría experimentada, dedican tiempo suficiente a la toma de decisiones, a su implementación, a su seguimiento, etc., es más probable que se logren las soluciones.
Algo de eso vendía el PRI antes de la alternancia, y de eso convenció a muchos una vez más en el 2012: que eran “mejores” para gobernar. Si bien es tristemente notoria la flaqueza de esa oferta, corremos el riesgo de no aprender la lección correcta, y querer aplicar la misma receta con personajes distintos. El problema desde luego es de liderazgo, su probidad y su calidad, pero también se requiere repensar las instituciones con que opera sus decisiones dicho liderazgo. Me enfoco esta vez en una crucial: el federalismo.
Está en deuda la ciencia política mexicana, aquí sí, en ofrecer soluciones integrales para trazar mejor el encuentro de tres órdenes de gobierno atendiendo tareas esenciales para la sociedad. Los principales saldos de política pública contemporánea: seguridad, salud y educación son testigos de la magnitud del reto. Aunque me encantaría estar equivocado, la realidad es que para el federalismo mexicano no hay evidencia sistemática de qué esquema de financiamiento es mejor, de qué atribuciones es óptimo que tenga qué orden de gobierno, ni de qué sistema de cumplimiento de responsabilidades y sanciones es más conveniente.
Simplemente, no tenemos claridad de qué mecanismos garantizan un mejor resultado en la ejecución de los programas. Y preocupa que, siendo la corrupción e incompetencia tan profusas, acabemos por pensar que todo es cuestión de renuncias y reemplazos, u optemos por la centralización (simplificación) autoritaria.
Básicamente, hemos ido improvisando distintas modalidades de federalismo en función, en el mejor de los casos, del empuje de la Secretaría de Hacienda a la hora de negociar los presupuestos, y del imperativo político de la administración federal en turno. Pero no le hemos dado suficiente prioridad para ofrecer respuestas, genéricas al menos, a los graves problemas de diseño y ejecución de todo gobierno.
Si usted revisa los estudios existentes en materia educativa, de seguridad y de salud, las preguntas subyacentes siguen siendo las mismas: ¿por qué no hacen su parte los estados?, ¿cuánto realmente debemos gastar, y de dónde debemos financiarlo?, ¿cómo asegurarnos de que no se roban los recursos para estos programas?, ¿cómo tener políticas nacionales de alta calidad que permitan que se expresen las diferencias de un país como el nuestro?
Hará falta talento, sin duda. Mas no solamente para ocupar mejor las funciones existentes. Falta talento también para imaginar y construir un esquema federal que sea instrumento de mejores políticas públicas. Un entramado más apto, donde cooperación y competencia convivan, más para generar buenos resultados que dispendio y rapacidad.
*Alejandro Poiré es Decano del Tec de Monterrey
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No solamente es talento
Está en deuda la ciencia política mexicana en ofrecer soluciones integrales para trazar mejor el encuentro de tres órdenes de gobierno