La creación de la República de Yemen en mayo de 1990 marcó la reunificación de Yemen del Norte y Yemen del Sur, que se encontraban divididos desde 1839. Situado en el extremo sur del Mar Rojo, Yemen es visto como un puente entre Asia, Europa y el Cuerno de África. Siempre figuró como el país más pobre, con una de las tasas de crecimiento demográfico más altas en el mundo árabe, y sin renta energética importante. Desde 1991, se consolidó progresivamente un sistema autoritario y corrupto, dominado por la red clientelista en torno al presidente Ali Abdalá Saleh, cuyas alianzas en política exterior ataron al país a los efectos perversos tanto del combate encabezado por Estados Unidos contra el terrorismo islámico global, como de la importación del modelo urbano del Golfo (prácticas que también han hecho estragos particularmente en Siria, Líbano y Jordania desde hace casi un decenio). La confluencia de esas políticas agudizó la brecha social y minó la cohesión nacional. En 2011, en el marco del estallido de la “Primavera Árabe”, la movilización de la población yemení fue una de las más impresionantes, audaces y creativas en el mundo árabe contra la dictadura. A seis años de su inicio, sin embargo, el horizonte es sombrío.
Desde hace un par de años Yemen está siendo devastado por una guerra entre las fuerzas leales al gobierno internacionalmente reconocido del presidente Abdrabbuh Mansour Hadi y los aliados al movimiento rebelde Houthi; este último, que en enero de 2015 tomó posesión de la capital Sanaa, defiende a la minoría musulmana chií zaidita y recibe alguna ayuda de Irán. Obsesionados por “el proyecto iraní” en la región, Arabia Saudita y otros ocho países árabes principalmente sunís iniciaron bombardeos aéreos para restaurar el gobierno de Hadi. Esa coalición recibe apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
La crisis actual es quizá la más dura de la historia reciente de Yemen en tanto que nunca antes había ocurrido un desastre humanitario de la magnitud. Cerca de 17 millones de yemenís de una población de alrededor de 25 millones necesitan ayuda humanitaria urgente. Cuatro millones sufren de malnutrición aguda. La guerra civil ha matado a diez mil civiles desde 2015, 50 mil heridos desde marzo de 2015, la mayoría en ataques aéreos por parte de una coalición multinacional. El espectro del hambre ha sido resultado de la guerra, a la vez que un arma. En efecto, ambas partes del conflicto, principalmente la coalición internacional, combaten con poco o nulo respeto por la población local, estrangulando en repetidas ocasiones el flujo de ayuda y productos básicos a las áreas controladas por sus rivales.
Yemen, la “Arabia Felix” del geógrafo griego Ptolomeo, uno de los centros más antiguos de civilización en Medio Oriente, cuna de encuentros y convivencia de tradiciones, étnicas, religiones, enfrenta ahora un horizonte sombrío. Éste resulta de la combinación de factores políticos, económicos, sociales y ambientales internos con las ambiciones de países vecinos y un escenario global incierto, en el que la fragmentación del poder, reflejo de un sistema internacional en transición, disminuye las oportunidades de cooperación.
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