La sucesión –la guerra– ha comenzado.
Escena 1:
Con los brazos extendidos, el presidente Enrique Peña agradece la ovación. Está rodeado de diputados del PRI y del Partido Verde, en la actitud desafiante del underdog, el más débil, el que se espera que pierda. Están en Los Pinos y a juzgar por la imagen, se declaran listos para la guerra. Casi todos parecen eufóricos, excepto el almirante Vidal Francisco Soberón: el secretario de Marina bate las manos sin sonreír.
Hasta el frente, Enrique Ochoa Reza sonríe. El presidente del PRI levanta el pulgar y a su lado Claudia Ruiz Massieu muestra el puño en alto. Las bocas de casi todos están abiertas: gritan una arenga. Casi todos parecen eufóricos, excepto el secretario de Hacienda.
José Antonio Meade sonríe pero no aplaude. Está de pie y sonríe mirando al presidente, con las manos en el respaldo de la silla. Meade, el simpatizante del PRI a quien Luis Videgaray definió hace unos días en público como “uno de los mejores funcionarios que ha tenido México”, es el único de los cuatro aspirantes que aparece en la foto.
Escena 2:
Al final de un acto en Palacio Nacional, el presidente Peña lo llama Pepe y José Antonio Meade sonríe y lo sigue. La imagen los muestra de espaldas, subiendo las escaleras. Meade es el único de los aspirantes del PRI que acompaña al presidente a su despacho.
Meade ha sido cinco veces secretario de Estado y la Asamblea Nacional del PRI retiró los candados para abrir las puertas a la candidatura de un simpatizante del partido, alguien como él. Meade no es militante. Es un tecnócrata, pero también un político que comenzó a formarse en la casa de sus padres en un barrio al sur de la ciudad a donde asistían a comer políticos de izquierda, del PRI y de la derecha.
Escena 3:
El canciller Luis Videgaray está flanqueado por Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, y José Antonio Meade. Están en el Salón Panamericano, en la ceremonia en la que se develará el retrato de Meade que formará parte de un salón que conserva las imágenes de los secretarios de Hacienda, en Palacio Nacional.
Videgaray dice que el peso de la oficina del secretario de Hacienda es muy grande. Es una oficina donde se siente una gran soledad. El secretario de Hacienda, dice el canciller, vive en la impopularidad: sube los impuestos y si le da tiempo, aumenta el precio de la gasolina.
Un día después, en la Cancillería, Videgaray dice que es un momento de alegría y de emoción:
“Estamos aquí para rendir homenaje y develar el retrato de quien fue un extraordinario canciller y uno de los mejores funcionarios que México ha tenido a lo largo de su historia…Pepe Meade tiene una inteligencia deslumbrante combinada con sencillez y simpatía”.
“Es un hombre de Estado, completo”.
¿Meade será el exorcismo que el PRI necesita?
El PRI está en pie de guerra. A toda prisa, el undergog se reinventa. Columna anterior: Mancera sueña, su policía reprime