Haz tu denuncia aquí

De la 21 a una lomita

OPINIÓN

·
Uno llega a La Lomita y nunca sabe qué esperar. Festejos en grande y con amigos. Así trascendieron las vendimias en el Valle de Guadalupe, y la de La Lomita me volvió a seducir. El festejo rinde tributo a la tierra, a sus vinos, a lo que por muchos años ha soñado la familia Pérez Castro y que transmite ahora a una tercera generación que ya crece entre vides. 2017 fue un año de éxitos en materia vitivinícola y para festejarlo invitaron a Enrique Olvera y Daniela Soto Innes repatriando al multipremiado Cosme de Nueva York, por dos noches y dándole así nombre al evento. La singularidad de Cosme fue un sincretismo sonoro, visual y gustativo dividido en tres momentos: El águila, La vid y San Cosme. Así, conducían a un remolino de manifestaciones que quizá parecían inconexas pero que a medida que pasaba la noche terminaban por tomar sentido. La temática: Las estaciones del Metro. La primera estación, la de El águila, daba la bienvenida con una sangría de su vino rosado, diseñado por la sommelier de Cosme, Yanna Olfton. Abrir con sangría fue un mensaje en sí mismo, una manera de decirnos: “ Vinieron aquí a gozar y no a ostentar”. Caminamos la viña y nos encontramos con cocteles campechanos de la legendaria carreta ensenadense “El Gordito”. Música norteña y helado de vino con hierbabuena para limpiar el paladar. La segunda estación fue el momento de Fernando Pérez Castro, quien dirige y da buen camino al proyecto, iniciando con una copa de su icónico vino Pagano, creador de la mayoría de las etiquetas de la casa y que honra a los fundadores de la bodega, Don Juan Ignacio Pérez Castro y Doña Marina Sánchez. Finalmente tocó turno al equipo de Cosme, Enrique, Daniela, Estefanía y Yanna. La cena fue franca, sin protagonismos y llena de sensaciones. La bodega como todos los años dio carta abierta a los cocineros para que en sus manos quedara el menú y el maridaje. Acertaron. Callo, jícama y aioli de aguacate con una cerveza sour de la mexicalense Cerveza Urbana; bamboo, erizo, mole amarillo y limón con un sherry español; cangrejo, mole y tomate rostizado con el vino de casa, Espacio en Blanco -mi favorito-. Después un pulpo glorioso acompañado del vino premium de la bodega, Singular. Cerramos con un sorbete de aguacate, kale, mora azul y cacao. Da gusto que en La Lomita nos recuerden que las vendimias son para eso, para ser felices, tomar buen vino, comer muy buena cocina, bailar y dejarse seducir por la gozadera.
  Por Valentina Ortiz Monasterio