Hace casi 16 años el entonces presidente George W. Bush, un republicano conservador, se presentaba como "un unificador, no un divisor".
Bush logró brevemente unir a la mayoría de los estadounidenses a su alrededor después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando dos días después del ataque se presentó en las ruinas de las Torres Gemelas de Nueva York para tratar de consolar a un país todavía en estado de choque por un atentado terrorista islámico.
Hasta ese momento Bush había sido un Presidente débil. Diez meses antes, en noviembre del 2000, había sido proclamado Presidente luego de que un fallo de la Suprema Corte de Justicia estadounidense validó votos cuestionados en Florida y le otorgó una pequeña mayoría en el Colegio Electoral.
Bush llevó a Estados Unidos a la guerra en Afganistán e Iraq, un conflicto que aún sigue, y ganó la reelección en 2004.
Unos cuantos años antes, el 19 de abril de 1995, un militante ultraderechista llamado Timothy McVeigh estacionó una pequeña camioneta cargada con explosivos en la acera del edificio Alfred P.Murrah, de Oklahoma. 168 personas, incluso una veintena de niños, murieron en el mayor ataque terrorista en la historia estadounidense hasta ese momento.
El ataque ocurrió justamente un día después de que el presidente Bill Clinton, que parecía estar cerca del colapso político, debiera afirmar en una conferencia de prensa que "soy relevante" porque la Constitución se lo garantizaba.
Pero en ese momento esa relevancia estaba en duda, luego de una serie de derrotas legislativas en temas de prominencia.
Pero al ponerse al frente del duelo nacional y de la respuesta institucional contra el ataque, Clinton no solo unió brevemente a la mayoría de los estadounidenses sino que adquirió tal estatura que ganaría a la reelección en 1996.
La característica común es que ambos buscaron dirigirse a todo el país por encima de diferencias ideológicas y partidarias y en condiciones traumáticas se pusieron a la cabeza, dieron consuelo y ofrecieron salidas.
Esa es la prueba que Trump ha enfrentado y fracasado los últimos seis meses y en especial después de los sucesos de Charlottesville. Sólo hubo una persona muerta, pero la visibilidad de la parafernalia nazi, de milicias armadas, puso a los estadounidenses ante una imagen que no les gustó.
Y Trump no quiso responder. Al contrario, acusado de gobernar sólo para sus partidarios en la extrema derecha, parece empecinado en lo que algunos califican como "realidad paralela", que le asegura un aislamiento creciente, incluso de quienes son, deberían o pudieran ser sus aliados.
El discurso de la noche del martes en Phoenix no fue el discurso de un estadista, o del Presidente de un país. Fue el discurso de un candidato "independiente" determinado a gobernar sólo para su grupo y su propio ego.
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