La Secretaría de Marina informó que el miércoles pasado se llevó a cabo la ceremonia de puesta de quilla del primer módulo de la fragata de Patrulla Oceánica de Largo Alcance (POLA) en el puerto holandés de Vlissingen. Este módulo holandés será trasladado junto con otro a Oaxaca, en donde se construirán otros cuatro módulos con los que se espera botar la primera fragata SIGMA 10514 ensamblada en México. Un moderno diseño holandés con 105 metros de eslora (largo) y 14 de manga (ancho).
Éste es un hecho trascendental para México, pues rompe un añejo vicio de adquirir buques de segunda mano para equipar a sus fuerzas navales del Golfo y del Pacífico. El hecho de que se van a construir de manera modular y serán ensambladas finalmente en México son también hitos que no deben pasar desapercibidos, pues con ello se busca generar empleos y transferir conocimiento a México. Bien dirigidos, empleos y conocimiento son motores del desarrollo social.
Como país serio, México requiere de fuerzas armadas modernas y capaces para proteger a su población, territorio e intereses económicos (en ese orden) tanto de amenazas externas como internas. Por muchas décadas las necesidades de defensa y seguridad exterior del país han sido ignoradas y las Fuerzas Armadas empleadas principalmente para misiones de seguridad interior, bajo la falsa idea de que México no tiene amenazas externas. Este planteamiento sirve de excusa para no invertir lo necesario para dotar a las fuerzas armadas de medios adecuados. El planteamiento obsoleto de que hay un enemigo latente que constituya una amenaza existencial para México, ignora que las amenazas externas a la seguridad provienen también de actores no estatales, desde el crimen organizado trasnacional hasta grupos terroristas de raíces variadas, desde fundamentalistas islámicos hasta activistas medioambientales y anarquistas. Sumamos a esto empresas extranjeras que se convierten en depredadores de la riqueza marítima mexicana, robando desde yacimientos energéticos y minerales en altamar, hasta llevando a cabo pesca ilegal, cazando especies mexicanas en peligro de extinción o amenazando con causar desastres medioambientales. Todas éstas son amenazas latentes.
Por lo anterior, México debe poseer capacidades -aunque sean mínimas- para patrullar los más apartados límites de su territorio. Es entonces cuando poseer los medios adecuados hace la diferencia.
Cansada de operar una flota de segunda mano –con todos los costos operativos y la incapacidad de generar doctrina propia implica-, desde los años setenta la SEMAR ha desarrollado una infraestructura de astilleros para promover la construcción naval. Los esfuerzos han sido variados de acuerdo con cada administración, pero en términos generales, la construcción ha ido evolucionando en lanchas interceptoras a buques de patrulla costera y eventualmente buques de patrulla oceánica, entre otros.
Sin embargo, las fuerzas navales continuaban formadas por fragatas y destructores adquiridos principalmente de segunda mano a Estados Unidos. Hoy en día la flota está compuesta por dos fragatas de la clase Bravo (ex US Navy botadas en 1962 y compradas por Mexico en 1993) y tres de la clase Allende (ex US Navy botadas entre 1970-1974 y vendidas a México en 1997-2002). El año pasado, la SEMAR dio de baja la mitad de su flota de buques de guerra, retirando el destructor Quetzalcóatl (ex US Navy botado en 1945 y adquirido en 1982), Manuel Azueta (ex US Navy botado en 1943 y vendido en 1973), otra fragata Allende y dos corbetas misileras (ex Israel botadas en 1980 y vendidas a México en 2004).
El plan de reemplazar este potpurrí de barcos antes mencionados con una flota de ocho fragatas ligeras de la clase SIGMA 10514 durante la siguiente década marca un cambio generacional en la visión a futuro de la Secretaría de Marina encabezada por el almirante Vidal Francisco Soberón Sanz. No solo porque se está buscando la adquisición de embarcaciones nuevas, completamente equipadas, sino porque se busca construirlas en México. Bien mantenidas, estas fragatas prestarán servicio por lo menos durante los siguientes 50 años, por lo que la transferencia de tecnología es clave. Los astilleros de Marina deberán por lo tanto absorber el conocimiento para brindarle mantenimiento a la flota durante su ciclo de vida.
El siguiente paso para avanzar significativamente este proyecto está en impulsar la creación de un sector de alta tecnología naval, es decir, fomentar el establecimiento de empresas (privadas y de capital mixto) integradoras y desarrolladoras de sistemas de información y comunicación que tengan aplicaciones militares, así como civiles. Articulado para incluir a otros sectores económicos, este proyecto podrá servir como referente para la adquisición de otros equipos de alto costo –como aviones de carga y de vigilancia- por parte de otras secretarias. Mediante este nuevo modelo, las inversiones requeridas para modernizar las capacidades de defensa y seguridad podrían convertirse también en catalizadores del desarrollo nacional.
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