A partir de 1997, la Ciudad de México inició un camino en el cual sus gobiernos se propusieron desarrollar políticas para reducir la desigualdad, mejorar el espacio público, ampliar las libertades civiles y ofrecer mayores oportunidades de educación y salud. También, se tomaron medidas serias para comenzar a resolver problemas como el de la seguridad, la calidad del aire y la movilidad. Mucho se logró en los primeros 15 años.
Desde hace un rato, parte de esto se ha perdido. Dos datos son contundentes. Al día de hoy tenemos el índice de homicidios más alto de la historia y por primera vez en décadas se han deteriorado los índices de calidad de aire, medidos bajo el mismo indicador. Es decir, en términos objetivos, ésta es una ciudad más insegura y más contaminada. Sucesos como las constantes contingencias ambientales y la intervención de la Marina para detener a un cártel de drogas en Tláhuac son producto de malas decisiones y pobres políticas públicas. Los problemas nunca se enfrentaron, pero siempre se dieron pretextos. Los responsables siempre fueron el gobierno anterior, el nuevo sistema penal, los opositores que politizan las cosas o la decisiones del Poder Judicial, nunca el actual gobierno.
A la capital la perdimos cuando se interrumpió, por mezquindad política, por torpeza, la agenda progresista en curso. Sin nuevas iniciativas, continuaron algunos programas, que más bien se burocratizaron, mientras que se agravaron los problemas de corporativismo e incluso corrupción en las acciones de gobierno. Ni las nuevas alcaldías capitalinas serán abiertas, ni el sistema anticorrupción local cumple con los estándares de las leyes nacionales. La ALDF es tan opaca como siempre y los órganos locales autónomos son tan dependientes del gobierno como los del resto de las entidades federativas.
Algo se rompió entre la sociedad y el gobierno de Mancera, por eso ha perdido cada elección en la que su partido se presenta. Mancera perdió la ciudad cuando inicia una temprana y siempre inviable candidatura presidencial. Se trata de un mandatario que, en lugar de gobernar, parece tener siempre la intención de huir, de escapar de los problemas de una ciudad que, inevitablemente, siempre está en crisis.
El Gobierno de la Ciudad de México perdió liderazgo cuando el jefe de Gobierno renuncia a ser el líder de la opinión, cuando decide acompañar a Peña en su proyecto de reformas. En esta ocasión, a diferencia de Cárdenas, López Obrador y Ebrard, desde la ciudad no se ofreció una alternativa a la narrativa política de la derecha, más bien se le acompañó. Se esbozaron algunas ideas interesantes, como la del salario mínimo, pero fuera de su ámbito de gobierno y sin cuestionar otras instituciones que también explican la desigualdad económica del país.
Será por la vía electoral, como vayamos a recuperar la ciudad. Con un gobierno responsable y eficaz, con proyecto que propone reducir la desigualdad, como el reto central de una sociedad que aspira a mejorar su convivencia y a garantizar derechos y libertades para todos. Pronto la ciudad estará de regreso.
*Diputado federal, Morena