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Desmotivación

OPINIÓN

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Sorpresivamente, sin decir “agua va”, Morante de la Puebla anunció su retiro de los ruedos. Atribuye su decisión a los jueces de plaza y veterinarios, que lo han aburrido.
“El toro tan grande que sale hoy –puntualiza- va en contra del toreo de arte y ya no puedo más”. Pero jueces y veterinarios son absolutamente secundarios frente a la creación artística. El toreo está muy por encima de eso. El toro tan grande que sale hoy en España ciertamente puede ir en contra del toreo de arte, pero Morante no necesariamente lidia al toro más grande en España, con excepción de las plazas de primera como Madrid o Sevilla. Tampoco en México sucede tal cosa.
Sus razones son válidas y respetables, pero resultan absurdas e incomprensibles. Debe haber algo más de fondo. Sólo él lo sabe. Los diletantes han de sentir orfandad, vacío, al marcharse intempestivamente el máximo esteta de los ruedos, para muchos la mayor o quizá única motivación para ir a una plaza de toros en la actualidad. Esta sí que es una baja sensible, un pérdida irreparable, como dice la frase de cajón. ¿Qué va a pasar con los contratos que tenía firmados?, ¿vendrá a México en el invierno?, ¿hará campaña de despedida?, ¿volverá a los ruedos?, ¿a qué se dedicará?, ¿seguirá cerca del mundo taurino?, ¿buscará refugiarse en la soledad umbría como José Tomás?
En estos tiempos de toreros cortados con la misma tijera, estereotipados, la partida de Morante es una calamidad. El lidiador inveterado de las patillas de hacha es la antítesis del toreo utilitario, que pasa como una exhalación sin que nadie lo recuerde. Este torero de culto no arma las faenas como un fabricante; le brotan. Es el torero artista de más valor y regularidad de los últimos tiempos y quizá de la historia. No es únicamente la excepción del detalle que vale el boleto, sino el creador de faenas perfectamente estructuradas de bello acabado artístico, basadas en la solvencia técnica.
Aquí dejó una faena imborrable a un toro cárdeno, discreto de presencia, de la ganadería de Teófilo Gómez, que se llamó “Peregrino”. Fue el 11 de diciembre del año pasado en la Monumental Plaza México. Etéreo y eterno, el sevillano se expresó con empaque y naturalidad, clase y llama genial, ritmo y musicalidad, haciendo que los aficionados experimentáramos felicidad y estremecimiento. Dije en su momento que Morante nos “drenó”, llevándonos hasta el paroxismo y reivindicando nuestra afición. ¿Ahora quién podrá defendernos de las faenas en serie y el toreo utilitario?
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