Todos empezamos a correr siendo niños. Corríamos en la calle, en los parques y en la escuela. Corríamos cuando jugábamos a las escondidas, a los encantados, a policías y ladrones, a matarilerilerón, al bote o a las “traes” . Corríamos para hacer volar un papalote, para ir a la tiendita, ya sea a comprarnos algo o a los “mandados”. Corríamos porque nos divertía, éramos felices haciéndolo y era nuestro medio de transporte.
Y sí, éramos niños que comíamos dulces, panqués, pastelillos, frituras siempre acompañadas de un buen refresco, sobre todo después de correr. Y aún después de tanta azúcar y harinas no éramos obesos, precisamente porque corríamos todo el día. Para la mayoría de los de mi generación no había horarios ni restricciones para salir a la calle: la única condición era regresar antes del anochecer. Lo nuestro era correr, seguir corriendo y no parar. Con las mejillas rojas, los cabellos húmedos y las rodillas raspadas. Recuerdo que todas las niñas queríamos ser Nadia Comaneci; los niños soñaban en burlar y anotar como Pelé, Beckenbauer, Leonardo Cuéllar o Hugo Sánchez. Las calles eran las canchas con porterías hechas de piedras y los palos servían lo mismo como bates que como espadas. Cualquier cochera era buena para tirarte una “rueda de carro”, aunque terminaras rompiendo los platos de la fiesta; no había límites a la imaginación, no conocíamos las tardes frente al televisor y éramos incansables.
Claro que para nuestra generación fue distinto. Salir a la calle no representaba mayor riesgo. Hoy los niños dejaron de correr en la calle; en muchos casos ni siquiera salen: primero porque dejó de ser segura. Las amenazas reales están ahí. Pero también sus hábitos e intereses, tal vez obligados por sus circunstancias, cambiaron. Hoy no tienen a qué salir, la diversión está adentro, lo mismo en un televisor, que en la industria de videojuegos y realidad virtual. La Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños y los adolescentes realicen un mínimo de 60 minutos diarios de actividad física moderada o vigorosa, la mayor parte de la cual debería ser aeróbica, aunque también conviene incorporar, al menos tres veces por semana, otros que refuercen los músculos y huesos.
El ejercicio físico en general y especialmente el aeróbico como correr, nadar, caminar o andar en bici mejora la forma física, reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y diabetes, fortalece los huesos, ayuda a eliminar el sobrepeso y es útil para hacer frente a la depresión o la ansiedad.
Hoy como antes y como siempre el deporte es la mejor forma que tiene un niño de crecer, desarrollarse y forjar su carácter. Volvamos a inculcarles el gusto por correr, por moverse, por esa sensación de ser libres procurándoles los espacios y los momentos seguros para hacerlo. Tal vez si corremos con ellos podamos transmitirles ese gusto y, de paso, nostros recordar lo que era correr felices como niños.
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