Rius, el artesano y su método

La palabra método siempre me ha cautivado. Más allá de su sonoridad, la idea de que los trabajos que más exigen a la mente y al cuerpo pueden ser acometidos con una ruta de ideas, orden y disciplina. La mayoría de las personas casi nunca urdimos un plan y lo seguimos sin abandonarlo. Improvisamos, jugamos con el tiempo y fatalmente caemos en el temido merodeo en blanco. Rius nunca tuvo tiempo qué perder, una lección que aprendió entre muertos. Tenía veinte años cuando comenzó a trabajar en la funeraria Gayosso. Era jefe de ambulancias, respondía los teléfonos y cuando las llamadas cesaban por las noches, cogía un cuaderno y con una pluma fuente Esterbrook dibujaba lo que se le ocurría. En Gayosso, Rius estuvo cerca de ser embalsamador, hasta el día en el que un editor de la revista JA-JA vio sus dibujos en la mesa donde anotaba los obituarios de los clientes frescos, y lo invitó a publicar. Muchos años después, en una entrevista en radio UNAM, el caricaturista habló de la marca que había dejado su paso por la funeraria: “Los muertos nunca se acaban y yo, en vez de embalsamar muertos, comencé a embalsamar vivos”. El método Rius no existía cuando Eduardo del Río tomó la decisión de ir al diario Ovaciones para solicitar empleo en 1955, después de la partida de Quezada. En JA-JA hacía humor, y en el periódico recibió la orden de hacer caricatura editorial. Después descubrió a los caricaturistas cuyas piezas eran celebradas en el mundo: Steinberg, rumano y padre revolucionario de la caricatura; el argentino Oski y los moneros franceses. Sus libros eran costosos, pero los compró y los revisó hasta la obsesión. Se sentaba horas a revisar el trazo de Steinberg y estudió cada pieza del libro Todo en líneas, del ilustrador rumano. Si la figura del mentor es para Philip Lopate “la idea de un arte que se hereda de manera personal”, Rius no tuvo un maestro pero se acercó a la obra de Audiffred y su trazo costumbrista de la changuita del barrio y el político empistolado, y al humor irreverente y ácido del británico Ronald Searle. Después leyó profusamente a Marx y estudió a Hitler. “Me hago sobre la marcha”, decía con orgullo. “Parte del trabajo consiste en leer al mismo tiempo cinco libros”, dijo en la entrevista en Radio UNAM. “Cuando preguntan por mi método digo que son ocho horas desordenadas de trabajo”. Rosita, su esposa, intervino: “Mentira. Trabajas todo el día”. Tanto como el trazo –quizá más– siempre trabajó arduamente en el texto; creía que era una forma de construir conciencia y politizar (y hasta creó un taller de dibujo para hacerlo). Un dato da fe del método Rius: es el caricaturista con más cartones no publicados pese a que siempre trabajó solo (Gabriel Vargas tenía un ejército de 15 dibujantes y escritores de su Familia Burrón). En previsión de que el primero fuera rechazado, siempre dibujaba un segundo. El eterno, metódico y artesanal Rius. Columna anterior: Peña y el candidato del PRI, ¿imposición o sumisión?