En casi 200 años El Zócalo ha acogido un tianguis y un espacio al aire libre al sur del Recinto Sagrado de Tenochtitlán, un quiosco francés, una pista de hielo y una verbena para despedir siete décadas de régimen priísta; el desnudo público más grande de la ciudad cuando Spencer Tunick retrató a 18 mil personas, y una noche de furia que terminó con la puerta Mariana de Palacio Nacional incendiada tras la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
El Zócalo es fiesta popular y una agencia de empleos que ayer consolaba a 14 albañiles y plomeros tendidos con sus herramientas a unos pasos de una casa de empeño; un territorio arcilloso sobre el que se asientan una Catedral y dos palacios poseedores del recórd mundial de hundimiento de edificios históricos –desde 1862 la ciudad acumula 14 metros de depresiones topográficas–, y un corazón abierto al que acudimos para llorar, para gritar de rabia, para protestar.
¿Cuál es la historia del Zócalo original, bisabuelo de este sitio que con sus conciertos masivos y concentraciones políticas es el principal epicentro de emociones acumuladas en el país?
Todo empezó con un pedazo de tierra de 8 metros de diámetro y 28 centímetros de altura descubierto por los arqueólogos Alejandro Meraz, Gonzalo Díaz, Rubén Arroyo y Ricardo Castellanos, del equipo de salvamentos históricos del INAH.
Del tamaño de una gran alberca de niños es el primer Zócalo de la ciudad. Al norte del asta bandera los arqueólogos la vieron tras la remoción del suelo de concreto. Era una capa de tierra circular que se encontraba a 30 centímetros de profundidad.
No estaba sola. La rodeaba un patio circular de tres metros de ancho, un espacio delimitado por una banqueta circular de 28 centímetros de altura, con accesos al norte y al oriente, alineados con las entradas principales a la Catedral Metropolitana y al Palacio Nacional.
El piso del patio es de lajas y la banqueta está conformada por grandes bloques de rocas de basalto, riolita y andesita. En 1875, sobre el primer Zócalo se alzó un quiosco traído de Francia.
Los arqueólogos sabían de su existencia desde 1983, cuando la construcción del Metro lo sacó a la superficie, pero el miércoles pasado pudieron verlo por primera vez completo.
“El verdadero Zócalo” lo llamaron con emoción los arqueólogos. El Zocalito, podríamos nombrarlo con cariño y nostalgia por todo lo que ha visto pasar justo arriba de sus narices.
Treinta centímetros. Eso separaba a la maravilla del Zocalito de nuestros ojos.
La próxima vez que caminen por El Zócalo pueden soñar despiertos con todo lo que hay debajo de sus pies, alrededor de donde duerme El Zocalito.
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