En las elecciones del 4 de junio fallaron los conteos rápidos del Estado de México y Coahuila. Fueron las contiendas más cerradas, con acusaciones y tensión política acumulada; las que necesitaban más solvencia en ese instrumento de información preliminar pero no la encontraron, algo que es ya (o debe ser) punto de quiebre para la comunicación de resultados oficiales de cara a próximos comicios. No es menor que por primera vez en estos ejercicios muestrales los rangos previstos de votación, máximos y mínimos, se desborden al error, que algo que pretendía atajar incertidumbre la haya alimentado porque no coincidieron votos totales ya sumados en actas con esa proyección; urnas y muestra estadística rompieron, en Coahuila con margen desastroso.
El conteo rápido en esa entidad dijo que el candidato panista, Guillermo Anaya, tendría entre 36.64% y 39.08% de la votación; en realidad tuvo 35.75%. Dijo el conteo también que el priista Miguel Riquelme estaba en desventaja frente a Anaya, que su margen de votos sería entre 34.74% y 37.34%, pero los cómputos le dieron el triunfo a él con 38.19% (2.44% arriba de Anaya, a quien el conteo vio con más posibilidades de ganar).
En el EDOMEX la falla no tuvo esa dimensión, pero existió también. Desestimarla con la lógica de qué tanto es tantito sería un error grave, porque en entornos crispados una décima o diez pueden ser la diferencia entre confianza y sospecha. Ese conteo proyectó de 32.75% a 33.59% los votos para Alfredo del Mazo; pero él registró 33.69% en las actas. Se podrá decir que la tendencia de ganador fue correcta, pero el rango no fue preciso, quedó muy lejos del mínimo y rebasó el máximo previsto, otra vez.
Hasta ese día los conteos rápidos parecían antídoto robusto frente a la desinformación que siembran autoproclamaciones de triunfo y encuestas sesgadas. No es un ejercicio de adivinanza, sino una proyección matemática que precisamente, por ser muestral, permite fijar muy pronto el rango de votos que tuvo cada competidor. Había sido alto su grado de certeza y representatividad. En esta ecuación ya no.
Si desaparece del todo, es peor el escenario, quedaríamos sin tendencias oficiales para contrastar y la regla sería todo en manos privadas o partidistas, las únicas fuentes disponibles atrapadas en anuncios anticipados de victoria de los propios competidores o en estudios difundidos por medios y casas encuestadoras que en más de una ocasión han mentido, argumentando que los que mienten seguramente son los encuestados.
Ese vacío implicaría esperar a que concluya la captura de los PREPs muchas horas después del cierre de casillas, intuir directamente cuando una candidatura que se dice vencedora está apostando a sus propias encuestas de salida. De ahí que ante la muerte del conteo rápido local como referente confiable de proyección la misma noche de la elección, se necesitan nuevas garantías. Su ausencia dejaría a la ciudadanía al garete, sin datos por horas, quizá la semana completa que requiere el cómputo final; invitaría a escuchar cómo todos se dicen vencedores, Hay explicaciones técnicas para el desastre, pero el golpe a la confianza está dado, no hubo coincidencia en los dos conteos locales que más la requerían.
*Asesor del INE