La política exterior de Qatar ha provocado rabia entre sus vecinos en la zona, además de Egipto. Hace un mes, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto rompieron relaciones con Qatar e impusieron sanciones económicas contra Doha por su supuesto apoyo al radicalismo islámico. En días pasados, exigieron al pequeño país alejarse de Irán y de Turquía, terminar sus relaciones con la Hermandad Musulmana y cerrar la cadena televisiva Al-Jazeera; en suma, piden a Qatar ceder su soberanía como Estado independiente.
Desde hace varias décadas, Arabia Saudita logró consolidar su posición de liderazgo mediante el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), fundado en 1981 en reacción a la revolución islámica de Irán de 1979 y la subsecuente guerra Irán-Irak. El CCG tiene seis países miembros –Arabia Saudita, Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos–; los más pequeños de ellos encontraron en Estados Unidos un gran aliado y protector, que les ha ofrecido un poco de espacio para maniobrar dentro de la órbita saudí. Qatar –apenas más extenso que el estado de Querétaro– es el país que más ha buscado beneficiarse de la alianza con Washington para defender su autonomía frente al ambicioso vecino saudí; este último nunca quedó conforme con la independencia de Qatar y otras micromonarquías en sus fronteras a principios de los años setenta.
No es la primera vez que Qatar enfrenta la presión de sus vecinos y socios. En 2014, éstos, irritados, se mantuvieron al margen ante la posición favorable catarí hacia la Hermandad Musulmana en los países de la llamada “Primavera árabe”. Qatar realizó algunos ajustes a su política y la cosa se dio por terminada. En cambio, en la crisis de la cual somos testigos desde hace un mes, las acusaciones contra Qatar tienen mayor alcance: son acres y amenazadoras, presionan la política exterior e interna, el comercio y la comunicación; mientras tanto, en el contexto global, particularmente confuso, la posición estadounidense no agrega claridad.
La cuestión es que esta crisis no tenga causas reales o verosímiles; cada una de las acusaciones formuladas por Abu Dabi y Riad pueden fácilmente ser desmentidas. Por ejemplo, la Hermandad siempre ha sido una amenaza para estos países pero no por algo intrínseco a la Hermandad sino ante todo por la naturaleza profundamente autoritaria de sus regímenes políticos.
Los Hermanos Musulmanes son miembros del Parlamento en Jordania y Kuwait; han sido gobierno en Palestina; cuentan con los votos y la confianza de amplios sectores sociales y se han subido al vagón de procesos políticos en varios países, ciertamente con resultados diversos.
Al-Jazeera es una cadena televisiva que ha ofrecido al público árabe transnacional una opción informativa profesional afincada en el centro álgido del espacio que observa y critica. Es una cadena que ha logrado preservar un sutil equilibrio entre tres tendencias, arabista, islámica y liberal. Se distingue de los demás países árabes por no ofrecer siempre un discurso oficialista, y de los medios occidentales por no adolecer de distancias ideológicas o ingenuidad.
Riad y Abu Dabi lanzaron un ultimátum que no aclara tampoco qué opciones vislumbran. La militar se descarta entre otras razones porque Estados Unidos tiene en Qatar una base naval. Existe la posibilidad de que una presión diplomática mayor resulte en la expulsión de Doha del Consejo de Cooperación del Golfo, bien que países como Kuwait y Omán podrían no apoyar esa opción. El bullying contra Qatar (que a ratos recuerda al que en el pasado Siria ejerció sobre Líbano o el que Iraq ejerció sobre Kuwait) no es sostenible ni justifica provocar una crisis de esas dimensiones en una región de inestabilidad crónica y poseedora de más del 50% de las reservas mundiales de hidrocarburos del planeta.
Columna anterior: Migración y explotación laboral en países árabes