Narro: de audaz negociador a soldado de Peña

Era el año 2003. Juan Ramón de la Fuente había terminado su primer periodo de cuatro años en la Rectoría de la UNAM, cuando José Narro, secretario general de la universidad, se sentó a contarle que tenía aspiraciones de ser rector.

Narro había aparecido en escena diecisiete años antes cuando en la misma posición de mano derecha de otro rector, Jorge Carpizo, se hizo cargo en el movimiento del CEU en 1986 de una compleja negociación con un grupo de estudiantes destacados e ilustrados –casi todos ahora son académicos de la universidad– como Imanol Ordorica, Carlos Imaz y Antonio Santos.

Pese a todo lo que podemos suponer que le significaba en esa tarea, Narro nunca negó sus afinidades con el PRI y fue capaz de negociar con grupos fuertes y beligerantes de izquierda para evitar que la UNAM se polarizara aún más.

Narro se despidió de la UNAM y aceptó ser secretario general del IMSS con Emilio Gamboa, antes de acompañar a Carpizo en Gobernación.

Cuando el rector Barnes renunció en 1999, tres académicos se perfilaron a la rectoría: Francisco Bolivar Zapata, José Narro y Juan Ramón de la Fuente.

Narro declinó en favor de De la Fuente para evitar la división de la universidad y volvió a ocupar la secretario general, a donde llegó para apagar las llamas en el gobierno de Zedillo, como lo había hecho en la Universidad en tiempos de Salinas. 

La UNAM aún estaba inmovilizada por la larga huelga de nueve meses y entre Narro y De la Fuente diseñaron un plan quirúrgico para el regreso a clases que incluyó una tormentosa negociación para recuperar el auditorio Che Guevara.

De la Fuente y Narro marcharon juntos y la UNAM comenzó a recuperarse hasta encumbrarse entre las universidades mejor calificadas. Ambos restituyeron la  vida cultural, académica y estudiantil y la universidad vivió uno de sus mejores momentos.

¿Podría Narro, como lo hizo al pelear la rectoría, alcanzar la postulación del PRI y convertirse en la punta de un movimiento de transformación?

Sus virtudes son un notable manejo político, de concertación y de negociación que ha propuesto una solución a los problemas nacionales basada en la educación y la medicina universal. Es un hombre que ve y al que le interesan los problemas sociales, pero parece más un conservador moderado que el Bernie Sanders que han querido vender a un público incauto. 

Narro puede ser el aspirante priísta más experimentado, formado y metódico de todos, pero esa independencia que le permitió dar batallas esenciales en la UNAM, ahora luce sofocada por su cercanía al presidente Peña. Su oposición a la mariguana medicinal hasta que Peña se pronunció, revela que no es un político con autonomía.

Y Peña a su vez parece demasiado conservador como para dar un golpe de audacia en la elección del candidato.   Columna anterior: Videgaray, el discreto y letal operador electoral