Hace unos días volví a San Cristóbal de las Casas, a donde llegué en enero de 1994 para reportar el levantamiento armado por un año y medio, entre Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, y la Catedral de Samuel Ruiz, epicentro de la lucha zapatista. Como entonces, me hospedé con la gentil y emprendedora familia Espinosa, propietaria del hotel Casa Vieja.
El restaurante de esta hermosa construcción de techos de teja y vigas de madera del siglo XVIII se mudó a un edificio cercano y ese espacio es ahora un estudio donde perdura su habitante principal: la antigua ventana bajo la cual solía sentarse el Subcomandante Marcos antes de que el EZLN se declarara en guerra.
Hace tres años San Cristóbal ya era un sitio muy diferente a la ciudad silenciosa y tradicional, con una presencia relevante de indígenas, que el EZLN eligió como símbolo de rebelión contra el neoliberalismo.
La ciudad comenzó a transformarse con los dos corredores peatonales divididos por la Catedral y la Plaza Principal: a lo largo de una docena de calles se abrieron restaurantes, galerías, cafés, bares, tiendas de diseño, mezcalerías y poxerías que ofrecen cocteles del aguardiente tradicional.
San Cristóbal ha tomado un carácter y un espíritu extraños y un tanto caóticos, donde conviven las causas y luchas históricas del indigenismo, y un furor turístico y comercial que en los periodos vacacionales la convierte en uno de esos atractivos turísticos repletos de visitantes.
El sábado por la noche llegué a la catedral que abrazó las conversaciones de paz. Frente a la entrada, dos naves enormes de puestos de chocolate, tamales y dulces regionales.
Me llamaron la atención los vendedores de guantes y gorros: eran indígenas totziles que revisaban el celular o hacían girar un fidget spiner, cosa que no me sorprendió. La razón de mi desconcierto estaba en los puestos de venta: de un total de siete, seis ofrecían artículos importados (o piratas) con motivos de Walt Disney o The Avengers.
Los muñecos zapatistas de trapo han desaparecido; ahora están relegados a Santo Domingo y San Juan Chamula, donde compiten con unas sofisticadas bolsas de maquila que llevan los nombres de San Cristóbal de las Casas y el Cañón del Sumidero.
¿Es esta la ciudad que le declaró la guerra al modelo neoliberal?
Me pregunté mientras salía de uno de los corredores donde ocho bares, uno frente a otro separados por diez pasos, tocaban música como si quisieran que se escuchara en Marte.
Entonces volví a la catedral y me encontré con una escena (im) probable en la San Cristóbal de estos días: en las escalinatas donde Samuel Ruiz recibía indígenas, el sábado por la noche la voz de Justin Bieber acompañaba una pasarela de reinas de un concurso de belleza. Columna anterior: Crónicas de viaje: chinas oaxaqueñas