"Yo soy presidente y ellos no".
La frase pudo haber sido pronunciada por Nicolas Maduro para subrayar lo que considera como su papel en la crisis venezolana.
Pero fue pronunciada por Donald Trump y resulta inquietante porque a más de cinco meses de haber tomado posesión, a más de dos años de haber iniciado su exitosa campaña por la presidencia de los Estados Unidos parece seguir sin enterarse de dónde está parado, de sus poderes y de sus límites.
O peor aún, busca ignorarlos y movilizar a una parte de la opinión pública estadounidense donde es fácil encontrar elementos activamente racistas y belicosos, xenofóbicos y resentidos, temerosos e ignorantes.
Los crecientes ataques de Trump a los medios y a ciertos periodistas en específico reflejan también su frustración con una burocracia que debe seguir reglas acordadas no por la Casa Blanca sino por el Congreso; con un Poder Legislativo que al menos en parte no brinca cuando Trump lo ordena, un Poder Judicial que no acata simplemente sus deseos y gobiernos estatales que ejercen lo que Trump y sus seguidores dicen defender: libertad de acción.
De creer las crónicas políticas estadounidenses, el equipo de colaboradores de Trump comienza a chocar con el del Vicepresidente Mike Pence, que prefiere irse de viaje; el Secretario de Estado Rex Tillerson tiene cada vez mas confrontaciones con una Casa Blanca poblada de funcionarios con más ideología que cerebro.
Y al mismo tiempo algunos cortesanos ejecutan controversiales propuestas de campaña que de hecho son también metas personales, como las deportaciones de las que tan orgulloso se siente el Procurador Jeff Sessions, o los intentos del nuevo director de la agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, un abogado de intereses petroleros, por desvirtuar las conclusiones sobre medio ambiente y cambio climático.
Pero la frase también refleja esas tendencias autoritarias que tanto preocupan por la propensión de Trump a soliviantar la opinión de grupos que pueden recurrir a la violencia política, racial o social.