Era el final de la fiesta del lunes en el cerro. A un costado del escenario de la Guelaguetza, pasando las mujeres de las piñas y las parejas de Pinotepa Nacional que zapateaban otros bailes después de su turno, estaban las Chinas Oaxaqueñas con sus canastas enfloradas en forma de cisne, de ángel, de colibrí y de ancla, como ofrendas a los santos adorados en el Valle.
“¡Cuidado con quemarla!”, advirtió la muchacha que llevaba el cisne sobre los hombros a su compañero de baile, que con cuidado encendía las velas que coronaban las canastas, que relumbraban como pequeñas luciérnagas en la noche.
Cuatro horas antes había iniciado la más grande de las fiestas en el Cerro del Fortín, el punto más alto de Oaxaca.
Cerca de las cinco de la tarde la lluvia había desatado un olor dulzón a tierra; en la parte más alta del cerro, al final de esas escaleras infinitas que parecen conducir al cielo, y de los puestos de tlayudas y empanadas de amarillito que acompañan el camino, habían desfilado los grupos de bailarines de Santiago Niltepec, del Istmo de Tehuantepec; de San Pablo Hixtepec, en los Valles Centrales; las mujeres de las piñas y las parejas de Teotitlán del Valle, con la alegre danza de la pluma.
El lunes representaba el final de un largo año de ensayo y baile durante noches enteras. La chica del cisne, una morena de cuello largo y labios de corazón, alzó las manos para mostrar el número de calendas que había bailado los últimos meses antes de aventurarse a la fiesta cumbre de la Guelaguetza.
“Son más de diez calendas, no paramos ni un mes”, la morena equilibró con ambas manos el cisne de flores: pesaba seis kilos, pero bailando grácil sobre sus hombros, parecía de papel. Así lo han hecho seis décadas las mujeres de las piñas para celebrar a los santos patronos del Valle. En la Guelaguetza bailan acaso veinte minutos. Allá en los pueblos –y en las calles de Oaxaca– las calendas significan bailar desde que la noche llega hasta que sol comienza a despuntar.
Los maestros de ceremonia anuncian a los grupos. Las palabras que más se reiteran son: espíritu, niños, almas, mujer, sueños, tradiciones, baile, pueblo y jarana. Más tarde saltan al escenario las mujeres y los hombres del Jarabe Mixteco; un coro suave, como un rezo de muertos, acompaña la Canción Mixteca, que resuena entre cientos de sombreros que se mecen al compás de la música.
Luego llegan las mujeres de las piñas y el cerro del Fortín se estremece cuando las muchachas se abrazan y bailan tomadas de los hombros formando un mosaico de colores amarillos y rosas y verdes y azules.
Las Chinas Oaxaqueñas despiden la fiesta. Las canastas enfloradas se disputan el cielo hasta que el fuego de la vela en una de ellas hace arder la cabeza del ángel.
En la Guelaguetza, Oaxaca cabe en un cerro.
Columna anterior: ¿Narcotráfico o menudeo? Conceptos vs. realidad