No recuerda don Nacho por qué el tren se detuvo exactamente frente al Parque España, donde se jugaba un partido de futbol. El caso es que el niño de seis años que llegaba con sus padres a la Ciudad de México, se quedó prendado del futbol. Corría el año de 1922. Ignacio Trelles Campos, quizá el máximo referente del futbol mexicano, había nacido en Guadalajara el lunes 31 de julio de 1916, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial.
En ese mismo año vieron la luz primera el escritor Camilo José Cela, el actor Jackie Gleason y Consuelito Velázquez —la célebre compositora que besó mucho—. También se fundaron América, Atlante y Atlas.
Leyenda viviente, santón del futbol mexicano, es el máximo ganador de títulos en la Primera División, un total de siete: uno con el Marte, dos con el Zacatepec, dos con el Toluca y dos con el Cruz Azul. Además, uno de Segunda División, cuatro de Campeón de Campeones, dos de Copa, dos de la CONCACAF y un campeonato panamericano. Son 17 títulos en total. A ver quién es el guapo que lo supera… en los próximos siglos.
Jugó en el América, el Monterrey y los Vikingos de Chicago, hasta que el 11 de abril de 1948, el día de su presentación con la camiseta del Atlante, El Pulques León, portero del Marte, le fracturó accidentalmente la tibia y el peroné en el Parque Asturias. Su pierna derecha crujió como una vara reseca. Debut y despedida con el Atlante. Ese día terminó la carrera deNacho Trelles como jugador. Pero eso no mermó el entusiasmo del mítico personaje.
Casi al mismo tiempo se tituló como entrenador de basquetbol y futbol, y recibió su primera oportunidad como técnico en la división amateur del Zacatepec. Después dirigió al Cuautla y al Marte, con los que empezó a demostrar su enorme capacidad, y ya en plena madurez, comandó al América, Toluca, Puebla, Cruz Azul, Atlante y Universidad de Guadalajara. Una trayectoria de 41 años como entrenador.
Extraigo unas líneas de mi discurso de noviembre pasado en el Senado de la República, que le rindió merecido tributo:
La figura inconfundible de Nacho se volvió un clásico de la cultura popular: piernas cóncavas, como las de un charro que acaba de bajarse del caballo (quizá el peso de las ideas dentro de la sesera algún día le arqueó las extremidades); la inseparable cachucha, la mirada pícara, el bigote ralo, las cejas pobladas, la nariz chata rematada por dos grandes boquetes, un universo donde nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.
Zorro sabio, amo de las parábolas, la mente astuta, terror de los árbitros, interruptor de juegos, enfriador de los contrarios, hielero de contiendas candentes, blanco de feroces ataques de la prensa, brujo de las malas artes y a la vez prohombre ético, disciplinado, íntegro y profesional. El andar lento, las respuestas irónicas, el colmillo largo, las expresiones que parecen no decir nada y lo dicen todo. Agudo analista del futbol y de la vida, con una absoluta paz interior. Un abrazo a don Nacho con cariño y admiración.
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