El gobierno de Donald Trump bien podría ser considerado como el primer régimen latinoamericano en la historia de Estados Unidos, o por lo menos de la caricatura de ellos en la prensa estadounidense.
Podría hacerse todo un alegato respecto a la forma en que Trump aborda la cuestión y el uso de poder: de manera unipersonal, con demandas de lealtad no al país o al gobierno o a las instituciones, sino a él, en forma personal.
De hecho, mucho de su manejo podría ser comparado con el que que se atribuye a los "hombres fuertes" de la región, excepción hecha (hasta ahora al menos) de los jardines con fieras.
Por lo demás, ahí está el capricho personal, la noción cada vez más cercana a que "el Estado soy yo" y la apropiación de la verdad, sin olvidar una agenda política al parecer más basada en destruir lo que hizo su antecesor Barack Obama que en construir.
Parte del juego de Trump es fustigar a los servidores que no le funcionan, no importa que actúen de acuerdo con lo que les impone su puesto. Puede ser, como es una creencia generalizada, que siga sin saber dónde está parado ni cuáles son los límites legales y políticos de su poder.
Pero puede ser también que sólo trate de ver qué tan lejos puede llegar y qué puede obtener.
Sería posible, por ejemplo, sentir pena por Jeff Sessions, el ex senador de Alabama y ahora Procurador General de EU, víctima ya por casi una semana de los malos humores de su Presidente. Sería posible, pero no hay que sentir pena por él.
Trump redobló martes y miércoles sus críticas a Sessions, un funcionario que en su opinión no ha cumplido bien a bien con su trabajo, notablemente por no lanzarse contra quienes no están de acuerdo con el Presidente, o sea Trump.
Y si la semana pasada Trump causó un escándalo al quejarse en una entrevista de que Sessions se hubiera recusado de la investigación sobre los presuntos vínculos entre su campaña y funcionarios rusos, la mañana del martes fue por no investigar los presuntos escándalos alrededor de Hillary Clinton. Y el miércoles por no despedir al recién designado director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), Andrew McCabe, por los supuestos vínculos entre su esposa y Hillary Rodham Clinton.
En otras palabras, el punto de Trump es que su nombramiento de Sessions no fue para salvaguardar instituciones, ni para supervisar y asegurar el cumplimiento de ley en Estados Unidos, sino para cuidar los intereses políticos de su gobierno en específico.
Sessions por su parte se ha hecho de oídos sordos. Después de todo, como buen cortesano sabe que hay tiempos de tempestad y de calma, y que ahora debe capear los malos tiempos. Después de todo, como se le atribuye haber dicho a sus personas de confianza, hace el trabajo de sus sueños, uno que le permite perseguir inmigrantes ilegales.
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