¡Nadie pidió ir a la escuela!

Cuando era niña, mi hermana y yo encontramos un libro de magia entre la colección interminable de libros de filosofía de mi mamá. Los hechizos eran fascinantes y funcionaban. Era como si a esa edad, antes de creerle a las monjas, a Darwin y al espejo, hubiera un impulso honesto en mí en entender que unas hojitas cortadas con fe y unas palabras recitadas con intención lo pueden cambiar todo. Era innegable para mí, la magia existe. Tal vez es innegable para todos los niños; juegas y viajas literal a otras dimensiones, vives otras vidas, hablas otros idiomas, el de la creatividad, por ejemplo, ese frasco de pinturas infinitas capaces de desplegarse y transformarlo todo. El libro paradójicamente desapareció por arte de magia, al igual que mi capacidad de creer por instinto, subir a las azoteas a mirar el cielo y obsesionarme con hadas y sirenas; a la par que mi cuerpo crecía, pero mi mente se estrechaba, la magia se olvidaba. Pronto escuchaba con desdén de Cristóbal Colón y todos esos seres que parecen más mitológicos, pero mucho menos interesantes que los dragones y los elfos, te cuentan la historia del planeta basado en hechos tan inverosímiles como lo serían hallazgos de polvo de hada y las huellas de pie grande. En la escuela te piden que no te rías, no hables y memorices cosas que parecen verdaderos cuentos de ficción pero que son ordenados cronológicamente, aburridos y con una dirección política muy clara. Muy pronto me di cuenta de que hay un mundo mágico al cual no sólo pertenecemos, formamos parte y debemos intentar volver como único medio transformador de este humano adulto que decidió ponerle tapa al bote de colores que lo hacen especial. Cada día intento hacer un conjuro personal: río muy fuerte, llevo la contra, me siento en el piso, dejo que algo o alguien me dé ternura, me ensucio al comer y hablo mucho. Estoy casi segura de que cada vez que lo hago, el adulto gris en mí retrocede, y el libro de embrujos de mi hermana y yo se acerca un paso más a mí para develarme todos sus secretos. Estoy segura de que ese libro existe en la vida de todas las personas, no tiene que ser de magia, ni siquiera tiene que ser un libro, para algunos puede ser una caja llena de botones, la foto de su abuela, el olor dulce de algún juguete o simplemente la sensación de sentir en el pecho la emoción de saber que algo increíble puede suceder, que lo increíble de hecho está sucediendo y es estar con el corazón abierto a los regalos que nos susurra una existencia con fe. Es la conclusión de la receta que dice: "la magia existe". Fue inútil buscar ese libro de hechizos que tanto nos gustaba a mi hermana y a mí, nunca lo encontramos. La buena noticia es que los ojos que pasan por encima de recetas extraordinarias siempre recordarán los ingredientes. Así que, si tú también sientes que perdiste algo, sólo intenta recordar de qué estaba hecho o de que estabas hecho tú.   Columna anterior: Nadie vivió feliz para siempre