Los arqueólogos suelen entrar en un estado de conmoción al descubrir un esqueleto, una vasija o las ruinas de una antigua civilización. Es una reacción habitual en cualquier parte del mundo, pero en México los hallazgos, aunque siempre emocionantes, son tan comunes que puede parecer normal el hecho extraordinario de que el pasado de varios siglos esté al alcance de una mano, con frecuencia separado solo unos centímetros del piso.
“Yo he encontrado un templo azteca a veinte centímetros de la tierra”, recuerda Stan Declercq, un antropólogo belga que ha vivido y trabajado un tiempo largo en el país. “He hallado piezas de 500 años en un tramo del tamaño de un mosaico ”.
Hay antropólogos que han encontrado vestigios mucho más antiguos y también otros más recientes en un espacio breve. Son procesos de formación de suelo y renovación de cambios culturales durante el tiempo, de manera que a veces puede haber miles de vestigios encima –como sucede aquí– y en otras, poco o nada.
Los hallazgos que suceden todo el tiempo son muy típicos de la Ciudad de México y tiene que ver con que está construida encima de un lago. Hay lugares donde la condición de la tierra no hace propicio construir y se crean intersticios naturales que guardan siglos de historia en un espacio diminuto.
Entre el final de la primavera y el comienzo del verano de este año, por ejemplo, los antropólogos del INAH desenterraron y descubrieron en el Centro Histórico de la Ciudad de México el esqueleto de un lobo revestido con piezas de oro, el Zócalo original sepultado en la Plaza Mayor, y el favorito: una parte importante del gran Tzompantli de los mexicas.
En la calle de Guatemala, en una casa donde un empresario belga planeó levantar un museo del cacao, los antropólogos hallaron el gran muro compuesto por cientos de cráneos.
Las fuentes históricas y Fray Bernardino de Sahagún mencionan siete tzompantlis dedicados a una deidad. El desenterrado en Guatemala 24 es el más importante del recinto sagrado de Tecnochtitlán y se sabe que estaba dedicado a Huitzilopochtli, dios de la guerra.
El trabajo de los antropólogos también consiste en hurgar en los estratos culturales hechos a mano por el hombre para ayudar a desmitificar y corregir conceptos equivocados.
Tras el descubrimiento del Tzompantli algunos medios hicieron una asociación entre el descubrimiento de la torre de cráneos y la violencia actual: este descubrimiento –referían–, confirma que tenemos un gen homicida heredado por los mexicas.
Nada más equivocado: “Los Tzompantlis son cultos a la vida a través de la muerte –dice el arqueólogo Raúl Barrera–.
El muro de cráneos –dice Declercq- tiene un contexto ritual relacionado con la sociedad y también un fin reproductivo. Es un complejo conjunto de ideas alejado de las fosas que corresponden a la violencia de los narcos, una violencia sin sentido.
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