Dos temas retratan nuestra habilidad para anunciar grandes proyectos y fijar ambiciosas metas, y nuestra enorme capacidad de autoboicotearnos en el camino.
1. El nuevo sistema de justicia penal acusatorio (SJPA). Iniciado en 2008, se previeron ocho años para implementarlo en todo el país, tomando en cuenta la magnitud del cambio que involucra desde las policías hasta los jueces, pasando por los ministerios públicos, peritos, defensores y personal administrativo.
A la reforma constitucional siguieron otras legales y un nuevo código nacional de procedimientos penales. Sin embargo, frente al repunte de la violencia en el país, gobernadores y jefe de gobierno de la CDMX arremeten contra el nuevo sistema y las disposiciones sobre prisión preventiva.
La realidad es otra. Las deficiencias apuntan a las bajas capacidades de policías y procuradurías locales. Previsiblemente, el plazo dado venció en junio de 2016 sin que los gobernadores cumplieran su parte. Baste decir que 17 de las 32 entidades apuraron la entrada en vigor del SJPA cuatro meses antes de cumplirse la fecha. Hoy culpan al sistema y abogan por otra contrarreforma penal.
2. El nuevo Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). Se trata de combatir el flagelo más corrosivo que enfrentamos y nos topamos con otros plazos que transcurren sin completar tareas. Concluyó el periodo de sesiones del Congreso sin haber designado fiscal y magistrados del SNA. Pero los legisladores ahora cuestionan la ley, las propuestas y hasta el trabajo público de los comités ciudadanos.
Claramente, los partidos legislaron forzados por la presión ciudadana, pero sin la intención de llevar al SNA a sus últimas consecuencias. La reacción contra los ciudadanos que han impulsado el sistema ha sido reveladora del tamaño del miedo.
Lo increíble es que todavía no echamos a andar correctamente ambos temas y ya hay quienes quieren sabotearlos. Peor aún, prefieren apostar al fracaso antes de asumir su responsabilidad.
Las consecuencias serían gravísimas. Si llegamos hasta aquí, meter reversa no es opción. No hay un pasado mejor al cual volver y sabotear lo construido será suicida de cara al futuro.
Como escribe Eugene Robinson en el Washington Post, los padres fundadores que firmaron la declaración de independencia de los Estados Unidos distaban de ser modelos de perfección. Las biografías de Adams, Hancock o Franklin no eran ejemplares y hasta Jefferson y los sureños hipócritamente suscribieron aquello de “todos los hombres son creados iguales” siendo dueños de familias completas de esclavos. Su grandeza, sin embargo, fue “establecer una serie de principios que trascendieran sus fallas personales”. Conscientes de sus limitaciones individuales, diseñaron un sistema que las contuviera.
Esa es la institucionalidad que estamos creando en México. Claudicar ahora significaría derrotarnos y admitir una incapacidad generacional para superar nuestros retos. Este es el punto de no retorno y no hay tiempo que perder.
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