Me encuentro parada en el lienzo de vacas de colores chillantes que desplegaron como papel tapiz en la pared destinada a que las personas que lo tachan de superfluo y comercial se tomen la esperada "selfie" y así puedan presumir en sus redes que no sólo fueron a ver "La Mujer Maravilla", también checaron la exposición de arte y con esto cumplen la afamada profecía de Warhol sobre los 15 minutos de fama, sobre un futuro social plástico que muchos se negaron a creerle.
Decidieron titular la exposición "Artista Oscuro" y con este nombre la historia se muerde la cola en una hipocresía que casi duele. Porque son varias las películas en las que se refiere a él como el gran ególatra del sin sentido, el vanidoso de la nada, el victimario de la hermosa Edie Sedgwick, el villano de una historia en la que solo él se atrevió a decir la verdad, aquella que pone al descubierto la gigante capa de mentiras con que se adorna el mundo del arte, la delgada línea que divide la genialidad con la monstruosidad y la manera casi enfermiza en la que el capitalismo más vacío lo cambiaría todo.
Una ironía absurda pararse frente a cajas de cereal, frente a repeticiones de latas de sopa que en realidad lo dicen todo, vaticinan el futuro cosificante de la humanidad en el que todo es una cosa con precio, marca y de alguna manera todas las personas también lo son. Se me paran los pelos de punta al observar las salas y descubrir lo bien que entendió ese sueño americano, cómo se expone de igual manera una lata de comida que a un ícono del cine o a uno de los más grandes dictadores chinos; en el mundo del pop todos son eso, cosas, acomodadas en estantes llamativos que hagan querer al consumidor pagar por ellas, el valor artístico está de más cuando te enfrentas cara a cara con el ensayo de sociología moderna más asertivo con la filosofía del vacío más fina.
Sólo una cosa se le escapó a este artista que además se situó por decisión propia en este catálogo de cosas que respiran a través del deseo de la masa: el hecho de que un día no muy lejano sus obras y fotografías serían expuestas en galerías donde las personas lejos de pensar en la reflexión o crítica que su obra pudo dejar en el mundo solo desfilarían por las salas como verdaderas cajas de cereal completamente vacías, deseosas de adquirir un sello y una marca para como buen objeto que son tomarse la foto en el papel tapiz del fondo, el que está destinado a que estás "cosas" sean fotografiadas para después ser ordenadas en los catálogos de redes sociales que decidirán la aceptación social de los productos que teniendo alma prefirieran tener impresos un código de barras para así poder ser comprados. "La selfie aquí, señorita", dice el policía y yo... salgo de la sala.
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