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No es Lino, es el dinero

OPINIÓN

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¿Debe sorprender que Lino Korrodi sea aliado de Morena? Es una pregunta retórica. Piensen unos segundos e intenten responderse si les parece increíble, imposible o improbable que Lino Korrodi, el señor de los dineros en la campaña de Vicente Fox, se una a Andrés Manuel López Obrador.

¿Por qué debería sorprendernos si hace tiempo que en México se inventó la fórmula para mezclar el agua con el aceite? ¿Desde cuándo el agua que consume la política en México ha sido Electropura?

No debería sorprendernos que Andrés Manuel lo decida así; antes hizo lo mismo con Juanito, y la izquierda, antes de devaluarse hasta llegar a la infra izquierda que es ahora, aceptó a Manuel Bartlett, responsable del fraude del 88–, y más cerca de estos tiempos López Obrador llamó a la caja de bateo a Ricardo Monreal, un alazán tostado no muy lejano a la estirpe de Gonzalo N. Santos.

Uno de los placeres de ser observador distante es curiosear la política como una entidad incalificable que cae, se denigra, se disfraza, se levanta, repta, vuelve a camuflarse y se reinventa.

Visitemos la era Salinas.¿Quiénes fueron sus aliados de pensamiento y arquitectos en un proyecto que devino en el neoliberalismo y el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres? 

Tres panistas: Luis H. Álvarez por los técnicos, con los rudos Diego Fernández de Cevallos, y al centro, intentando preservar los principios del panismo, aislado, Abel Vicencio Tovar.

¿Cuáles son los antecedentes del frente amplio como un Frankestein ideológico para sacar al PRI del poder?

El frente de alianzas estratégicas que construyó Fox para sacar al PRI de Los Pinos. ¿Quiénes fueron sus principales consejeros? Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar Zinzer, un par de camaradas frecuentes en la Habana de Castro cuando Fox solo conocía Disneylandia.

El escándalo de la suma de Lino Korrodi al equipo de López Obrador el pretexto ideal para observar las perversiones de un viejo sistema político, inservible al país, que ha tolerado y alentado una política no como una forma de servir y resolver –fin último del Estado– sino como una zona de confluencia de intereses y privilegios donde los compadrazgos mutaron en complicidades y sociedades económicas hasta convertir a la política en un llano de peleas, reyertas y venganzas por el control del país.

No es Lino, es el dinero. Es algo más complejo que la congruencia y las ideologías: el país como rehén de una disputa histórica del poder que en la vida diaria será una suma de la ignominia de incondicionales, financiadores, maleteros del narco, empresarios con la manita bajo la mesa, sátrapas, corruptos y otros personajes e intereses.

Porque las elecciones hoy se deciden con dinero. Por que la influencia del dinero en la política y en el rumbo del país, por más que Woldenberg y Murayama defiendan el avance de las elecciones como procesos confiables, es lo que en realidad amenaza el futuro.

  Columna anterior: 1988: Salinas, fraude y herencia